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Zapatero a tus zapatos

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 6 sept 2020
  • 4 Min. de lectura

Quizá el “error” más grande que cometió Mario Vargas Llosa fue confiar en su honestidad, en que la transparencia del discurso produciría un efecto beneficioso en el vulgo o, simplemente, en no haber comprendido que sus aptitudes no eran las necesarias para dirigir un barco tan maltrecho y en medio de semejante tormenta.

“¿En qué momento se había jodido el Perú?”, es el cuestionamiento inicial de la novela Conversación en La Catedral (1969), escrita por el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa; es, al día de hoy, patrimonio literario del haber nacional, y quizá uno de los grandes manifiestos en ficción latinoamericanos. Zavalita, el protagonista, asqueado por los eventos acaecidos, termina alejado de la política y de todo aquello que lo envuelve hasta asfixiarlo a lo largo de la trama; Mario Vargas Llosa, el ente creador delante de la máquina en la ya alejada década del sesenta, terminó por introducirse en lo que, según Nicolás Maquiavelo, es “el arte de engañar”. ¿Fue una decisión prudente pese a su resultado fatal o aquella tentativa, a priori, no contaba con razón?

Mario Vargas Llosa nació en Arequipa el 28 de marzo de 1936, aunque su infancia la pasara en Cochabamba, ciudad boliviana a la que <<la tribu>> Llosa se trasladó. Luego, en lo que significó su regreso a Perú, vivió en Piura, escenario de más de una de sus creaciones literarias; sin embargo, tras la inserción de su padre a su vida- a quien el pequeño Mario creía muerto-, residió en Lima (estadía interrumpida antes de su adultez por su retorno a Piura para cursar el último año de secundaria), donde descubrió su vocación: la de ser un escribidor, aunque sea disfrazado de periodista. Este transcurso nómada, la nostalgia constante de algún lugar y el sueño impregnado de Europa, hábitat de los hombres-de-letras por aquellas épocas, pueden calificar la personalidad del escritor, su propensión a ser un cosmopolita más que a un chauvinista. Finalmente, terminó por licenciarse en derecho y dedicándose a crear ficciones, que son las mentiras más piadosas y crueles al mismo tiempo.

Sus inclinaciones políticas se decantaron- como buena parte de los escritores latinoamericanos de la época, resentidos con la realidad que vivían sus países y las distancias económicas con respecto a las potencias mundiales- por la izquierda; predilección transformada luego de presenciar la verosimilitud que afrontaban los países instaurados en este bando: Cuba, Unión Soviética, entre otros. Así, hacia 1987, cuando un joven Alan García ocupaba el Palacio de Gobierno y pretendía un viraje estatista en la Banca, decidió junto con otros personajes influyentes en el panorama nacional movilizarse para oponerse a esta medida. Resultó de entonces un manifiesto, un conglomerado mitin en Lima y más regiones del país, un partido político (Movimiento Libertad) liderado por el escritor y las bases que lo ponderarían para la presidencia del Perú tres años después en coalición con Acción Popular, el Partido Popular Cristiano y partidos menores, lo que resultó, a la postre, en el Frente Democrático. Vargas Llosa abandonaba su oficio, su quehacer cotidiano, por las redes de la política y el fin último que esta propone: mejorar las condiciones en que cada individuo de una sociedad se desenvuelve.

Su vocación, definitiva e irrevocablemente, fue, es y será la literatura, de ahí que, durante su transición en el mundo de la retórica para el pueblo, no se haya sentido realmente confortado. Los tres años de campaña le quitaron libertad, seguridad- conflicto interno expresándose sin medidas-, imaginación y tiempo para escribir o leer, labores que realizaba a cuentagotas. Por otro lado, le permitió recorrer el vasto territorio nacional, conocer lo recóndito de un país que lo conocía más por su candidatura que por su obra. “El Perú no es un país, sino varios”, señalaría en El pez en el agua (1993)- fuera de ella en cuanto política-, libro de memorias centrado en su vida y con mayor ahínco en esta etapa; y posee la verdad, pues el Perú se ha formado de manera tal que parece divido por fronteras, tanto económicas como culturales, que cada día distancian más a los individuos y nos desprenden de un sentimiento de nacionalismo que solo un deporte pudo intentar resarcir. El Movimiento Libertad trazaba un plan en el cual la libre empresa fuera su estandarte, el apogeo económico llegaría con ella, pero olvidó que, al menos en el Perú, aquel que parece un “vende-patria” no merece nuestro respaldo, así como el que quiere evitar la inserción de cualquier extranjero. “Ni chicha ni limonada”, así somos los peruanos.

Finalmente, perdería las elecciones presidenciales de 1990 ante un sorprendente Alberto Fujimori, quien dedicó parte de su campaña a vapulear la imagen de su contrincante y renovar el rostro de los candidatos, lejos de los partidos tradicionales (a los que se asoció, lamentablemente para él, Mario Vargas Llosa y el Movimiento Libertad). Las consecuencias de estos hechos son materia de especulación, por lo tanto, falsos. No sabemos a ciencia cierta qué hubiese ocurrido de darse la elección del posteriormente Premio Nobel; del mismo modo, aquellos que eligieron, por insospechado que resulte al indagar en la historia, al candidato por Cambio 90 no podían predecir el futuro. Quizá el “error” más grande que cometió Mario Vargas Llosa fue confiar en su honestidad, en que la transparencia del discurso produciría un efecto beneficioso en el vulgo o, simplemente, en no haber comprendido que sus aptitudes no eran las necesarias para dirigir un barco tan maltrecho y en medio de semejante tormenta. Aun así, la vida continuó no sin un rasguño en el alma del hoy peruano-español escribidor. “Zapatero a tus zapatos”, dicta un refrán popular propicio para esta etapa del pasado nacional; Mario Vargas Llosa lo hizo, es decir, regresó a sus zapatos, y qué bien calzan, aunque muy jodido esté el Perú.


Camilo Dennis

 
 
 

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