Vive un D10S mortal
- Bitágora
- 29 nov 2020
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El muchacho a quien le importaba más la gloria que la plata se perdió por lo inmenso del mundo que lo rodeaba, por haberse sentido atrapado por tantas prisiones cuando era un alma libre que solo en el césped podía ser feliz. La pelota no se manchó, mas, la vida de su dueño sí.

Las deidades, dicen, se encuentran en el cielo, desde donde observan a sus fieles y los guían en el camino hacia la salvación del mal. Otros, quizá más realistas, sostienen que estas no existen, que son, en realidad, invenciones de la humanidad. Sin embargo, hay quienes misturan ambas concepciones y encuentran otra respuesta a la pregunta teológica más peliaguda: están aquí, vestidos de civiles. A veces, aparentan ser mortales, mas, cuando obturan su instrumento de trabajo y lo ejercen, notamos que no pertenecen al vulgo que los rodea, que están por encima de las cualidades comunes y que su posición es superlativa. El recuerdo nos indica que hubo uno en el césped de fútbol, un dios con el balón y un milagro para su nación: Diego Armando Maradona Franco.
Diego nació el 30 de octubre de 1960 en Buenos Aires, Argentina, y fue el quinto de ocho hermanos. Sus alianzas con la redonda se fueron afianzando a lo largo de los años, y sus capacidades físicas coadyuvaron progresivamente para potenciar sus cualidades. Argentinos Juniors, un pequeño club de la zona donde el pequeño prodigio residía, fue su primer hogar y donde dio sus primeros pasos hacia el profesionalismo. El resto es historia: Boca Juniors, FC Barcelona, Napoli, Sevilla, Newell’s Old Boys y nuevamente Boca Juniors para darle fin a su carrera futbolística en 1997. Asimismo, con la selección nacional de Argentina disputó cuatro mundiales (1982, 86, 90 y 94), de los cuales resultó campeón del segundo, liderando a la blanquiceleste y siendo el estandarte de un equipo histórico.
Con 1.65 de estatura, un cuerpo fornido y una zurda endiablada, el Diego convertía a sus rivales en conos de tránsito o en meros elementos decorativos y los sobrepasaba con las mallas del arco como objetivo principal. Disputó, en total, 724 partidos, anotó 358 goles y repartió 257 asistencias. Fue un jugador inigualable dentro del campo, un jugador lleno de astucia, talento y, sobre todo lo demás, garra, de la cual se servía para, en caso de ser derribado, levantarse y continuar conduciendo el balón. El apelativo de “D10S” le llegó con el tiempo, así como un séquito de fieles veneradores de sus cualidades y de las felicidades que les entregó mientras se desempeñó profesionalmente. Ahora, ¿estos dioses terrenales son impolutos o lindan constantemente con parecerse a quienes los rodean? Maradona fue un dios, sí, pero dentro del campo; afuera, la historia es distinta porque fue, es y será bastante terrenal, repleto de defectos y de actitudes que lo distan de aquella divinidad de short corto.
Se autodenominó alguna vez un showman, un actor, que hacía de su vida lo que quería. Su carácter contestatario no solo se reflejó en el juego per sé, sino que se tradujo en sus convicciones políticas (acercamientos con la izquierda y odio al imperialismo estadounidense), su estilo de vida (fiestas por doquier) y sus declaraciones en contra de los estamentos directivos del fútbol. No solo fue un jugador; fue un baluarte, una imagen, un icono que implicaba respuestas con los pies, pero también con las palabras a través de las cuales emitía mensajes hacia sus “rivales”, así como para sus seguidores. Lleva, pues, en la piel a Fidel Castro y al Che Guevara. El primero fue su gran amigo; el segundo, su ídolo. Pero este peso, el ser un ejemplo a seguir, el tener el mundo a sus pies y aparentemente dominarlo como un experto, no llega gratis, pues sus consecuencias se reflejan no siempre de la mejor manera o arrastran consigo parte importante del valor que la vida otorga. Las drogas, principalmente la cocaína, representaron el talón de Aquiles de quien, si es que no fue dios, fue un semi-dios en su plenitud.
Innumerables fueron las veces en que Maradona consumió drogas. Algunas fueron en las que lo descubrieron y sancionaron. Leyendas son otras que cuentan cómo él las vivía, lo que le causaba y si eso influía en su rendimiento (para bien o para mal). Lo cierto es que nuestro conocimiento de su persona nos emite un mensaje claro y directo: hizo todo por arruinarse. Juzgarlo por ello sería una imprecisión de la razón, ya que errores hay muchos y la naturaleza es frágil. Lamentarlo probablemente sea más justo, entender que, así como él lo dijo, nos perdimos de un jugador muchísimo mejor de no haber sido por el defecto que lo acompañó a lo largo de su vida. El muchacho a quien le importaba más la gloria que la plata se perdió por lo inmenso del mundo que lo rodeaba, por haberse sentido atrapado por tantas prisiones cuando era un alma libre que solo en el césped podía ser feliz. La pelota no se manchó, mas, la vida de su dueño sí.
La semana pasada dos eventos inundaron la vida de Diego Maradona: su cumpleaños número 60 y su hospitalización debido a un hematoma en la cabeza por el que fue operado de urgencia. En los últimos años, el astro argentino se dedicó a la dirección técnico futbolística, a la representatividad dentro del fútbol y a mostrar signos evidentes de que los años y la vida nocturna causan males en lo sucesivo. Es una suerte para todos sus fanáticos que hoy se encuentre estable, que aún continúe coexistiendo con nosotros como una leyenda viva. Es una mala suerte entender lo mucho que pudo haber sufrido, porque nosotros podemos decir que “él está mejor, o que está mejor que antes, pero ninguno está en su interior”. Aun así, lo que es imposible de negar es que, dentro del campo, como él no habrá otro, y que sus habilidades son inigualables. En este sentido, él nos ha dado dos grandes regalos: su fútbol admirable y la comprobación de que los dioses existen, aunque sean mortales y cometan errores.
PS: Este artículo fue redactado el 5 de noviembre del presente; a casi un mes de entonces, el argentino de la diez ha fallecido. El título, entonces, no podría ser más coherente: “Vive un D10S mortal”, debido a que, ya con pruebas fehacientes, su inmortalidad física ha sido descalificada. La otra, en todo caso, es decir, la inmortalidad por lo hecho, está asegurada en los anales de la historia no solo del deporte rey, sino de la humanidad y los siglos XIX y XX. A partir de esto, depende de cada uno formular un juicio con respecto al transcurrir en vida de Diego Maradona; desde mi posición, recuerdo los atisbos de Diego, el muchacho que ascendió, sin olvidar a Maradona, el personaje que no pudo controlar el balón llamado realidad.
Camilo Dennis
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