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Tratado epistemológico: Descartes y la escolástica del siglo XIII

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 27 sept 2020
  • 6 Min. de lectura

“Para investigar la verdad es preciso dudar, en la medida de lo posible, de todas las cosas.” -René Descartes-

Es propio del hombre que pretende actuar con rectitud, como bien se dice, el no considerar la conciencia pre reflexiva como el medio predilecto de todos los procederes humanos, sobre todo, si el acto mismo compromete a la especie de algún modo. De la misma manera, es poco sensato, como bien podría colegir un lector atento, que uno pretenda ser partidario de una doctrina, que comprometa al género humano inextricablemente, sin que la reflexión sobre la misma preceda a la elección de pertenecer a esta; esto quiere decir, por ejemplo, que si uno pretende ser partidario del existencialismo filosófico, debe volver sobre los supuestos que subyacen a los postulados generales para -una vez conocida la doctrina en la medida de lo posible- elegir ser partidario, si tal fuera el caso, con mayor idoneidad. Aunque pueda parecer trivial, la matización anterior tiene como fin último el preparar al lector para lo que va a leer a continuación; verbigracia, puede que se sienta atraído por alguna postura en particular, sin haber meditado lo suficiente, y ello puede conllevar el desear pertenecer a una de las tradiciones filosóficas que presentaré posteriormente. Me temo, pese al esfuerzo realizado, que este escrito suscitará la precipitación de muchos por adherirse a una de las tradiciones. Espero que este aviso evidencie mi compromiso por no imponer una determinada doctrina al lector de este artículo.

El tema a tratar es el esencialismo cartesiano como doctrina diametralmente opuesta al existencialismo de la escolástica-aristotélica. Cabe señalar que, si bien tanto el existencialismo como el esencialismo poseen diversas acepciones, en este ensayo ambas corrientes de pensamiento aluden al marco netamente epistemológico. A saber, de modo general... ¿el conocimiento de la existencia de "algo" precede al de su esencia? O ¿el conocimiento de su esencia precede al de su existencia? Estas preguntas, según considero, se yuxtaponen en virtud de su trascendencia primigenia a la cuestión de si algo existe o no, por lo que no he considerado mejor empresa que abordar el tema mencionado ulteriormente.

¿Qué es el existencialismo de la escolástica-aristotélica? Es una tradición filosófica, predominante durante el siglo XII y XIII d.C, que comprende un acervo representativo de postulados aristotélicos y que afirma que el conocimiento de la existencia del objeto en cuestión precede al de su esencia en casi todos los casos; verbigracia, de forma general, la afirmación de que algo exista no presupone el conocimiento de su esencia: entiéndase esencia por aquello en lo que consiste el ser de lo que se designa existente. A modo de ilustración, un triángulo es una figura geométrica que tiene tres lados, pero puede acaecer que los triángulos particulares que uno imagina, en un momento dado, difieran en atributos accidentales como en la medida de sus lados, del ángulo comprendido por la unión de dos de sus cevianas, etc. No obstante, no es posible concebir un triángulo sin pensar que aquel no tiene tres lados: esta descripción alude a la esencia de esta figura.

Como bien podría señalar Descartes, “no es adecuado aceptar sin dudar de lo que se pretende aceptar, al menos, provisionalmente”, por lo que expondré los fundamentos como tales de dicha doctrina, pero bajo la idiosincrasia de Santo Tomás de Aquino, filósofo del siglo XIII d.C, en vista de que considero que explicita con tino los axiomas de la tradición filosófica mencionada: el existencialismo de la escolástica-aristotélica. El filósofo no niega que es necesario tener una representación mental de lo que posteriormente se pueda afirmar como existente, pero sostiene que aquella representación no alude necesariamente a la esencia de lo puesto en cuestión; a saber, al observar un objeto por primera vez, uno tal vez no podría describir sus propiedades esenciales, debido a que no lo conoce con suficiencia, pero ello no implica que no pueda conocer que exista dicho objeto, dado que al menos existe una representación o imagen mental de lo visto que permite categorizarlo como “algo”, si bien no se conozca con certeza “qué es realmente”. El supuesto crucial que subyace a la afirmación tomista es de origen aristotélico y relativamente simple: “todo lo que el intelecto concibe ha sido tomado de lo que yace en lo sentidos: sea porque ha sido dado a los sentidos de algún modo, sea porque ha caído sobre ellos directa o indirectamente”. En síntesis, ello se traduce en que todo lo pensado guarda inextricablemente alguna relación con lo sensible, ya que el conocimiento humano proviene propiamente de los sentidos: ellos provisionan al sujeto de cierta información, que puede covariar en claridad y distinción, pero que, en última instancia, de ellos se conoce lo que se dice conocerse en general. Cabe señalar, para esclarecer en mayor grado lo anterior, que para Tomás de Aquino el intelecto o razón no existe como entidad independiente de los sentidos; en otros términos, depende de ellos inextricablemente. Ergo, si todo conocimiento depende de los sentidos y lo sensible constituye la impresión inmediata de lo que existe como hecho y no como posibilidad, se sigue que el conocimiento de la existencia precede al de la esencia en casi todos los casos.

En contraposición con lo anterior, ¿qué es el esencialismo cartesiano? Es una tradición filosófica centrada en la concepción cartesiana del conocimiento de la esencia y la existencia; es decir, Descartes, filósofo que vivió entre el siglo XVI y XVII d. C, propuso bajo su sistema filosófico que primero se requiere conocer la esencia de X, en casi todos los casos, antes de conocer si X existe o no. Esto implica, como bien cabe señalar, que de ello se sigue que el conocimiento de la esencia no depende del conocimiento de la existencia del objeto en cuestión para casi todos los casos. Por esta razón, al verificar su existencia, en las Meditaciones, Descartes parte del “yo pienso” para -luego- deducir el “yo existo” o lo que comúnmente se traduce como “pienso, luego existo”; dicho de otra manera, primero conoce su esencia -que él piensa- para posteriormente deducir y conocer su existencia. ¿En qué se basa dicha propuesta subyacente a su sistema filosófico? Fundamentalmente, en su manera de concebir la intelección y el conocimiento; es decir, para Descartes el entendimiento es autónomo sobre los sentidos, a diferencia de la concepción tomista-aristotélica, y por este se conoce realmente lo que se esgrime como cognoscente; a saber, entiéndase el entendimiento por la sola mente o la razón pura. La lógica subyacente a lo último mencionado es relativamente simple: todo hombre puede adquirir cierta información determinada por los sentidos, pero únicamente por la capacidad de juzgar del sujeto, facultad de la razón pura, la información se convierte propiamente en conocimiento. Por ejemplo, uno podría percibir un objeto Z por medio de la vista, pero únicamente le es propio conocer, del modo que sea a Z, si se pronuncia o emite algún juicio sobre Z -que existe, por ejemplo- sino no difiere dicha información de un mensaje encriptado e ininteligible en grado sumo.

En aras de que la retórica inusual de este ensayo no entorpezca la intelección del mismo, con respecto a la autonomía de la razón pura sobre los sentidos, cabe señalar además que la sola mente aprehende la esencia de lo existente, porque la esencia refiere únicamente a lo eidético, y esta posibilita todo aquello que sea digno de denominar conocimiento y no opinión; esto es, lo claro y distinto únicamente. A modo de ilustración, ¿cómo es posible conocer clara y distintamente un objeto, por ejemplo, sin saber sus características esenciales? De hecho, ello no es posible, debido a que la esencia es la que le otorga al conocimiento dichas características: si la esencia del triángulo consistiera solo en ser una figura geométrica, bien podría esgrimirse que no se conoce, a saber, realmente aquel ente matemático, debido a que existe una plétora significativa de figuras, por lo que la comprensión del mismo se torna difusa. Ergo, si tal fuera el caso, se sigue que no puede determinarse la existencia del triángulo, como conocimiento propiamente, a causa de que la percepción intelectual es tenue; verbigracia, si se aseverara que existe, terminaría afirmándose que existen las figuras particulares, mas no el triángulo realmente, porque de aquel solo se sabe que es una figura, por lo que no difiere de un cuadrado o de cualquier otra figura particular en última instancia.

Pese a la discrepancia evidente que yace entre las dos visiones epistemológicas sobre la cuestión existencial, ambas convergen al considerar la posibilidad de que, con respecto a una substancia o entidad, no se pueda conocer su esencia sin conocer su existencia simultáneamente y viceversa: tal supuesto podría ser Dios para algunos. Por esta razón, me tomé la molestia de señalar repetidas veces la condición sobre la cual se erige cada postura respectiva: en casi todos los casos. Considero relevante aclarar lo anterior, en vista de que el debate, en la actualidad, sigue suscitando diversos pareceres y representa no solo un problema epistemológico o solo del conocimiento en cuanto tal, sino que eminentemente involucra al lenguaje. Por lo tanto, si -como espero- he incitado cierta reflexión sobre el asunto tratado, le sugeriría al buen lector de este artículo que pretenda dar razón a cada una de las dificultades laboriosas que alteran su plácida quietud. Tal vez de esta manera el asunto pueda ser dilucidado algún día o, a la postre, se acepte que no es, sino una tentativa sin horizonte.


“Para investigar la verdad es preciso dudar, en la medida de lo posible, de todas las cosas.”

-René Descartes-

Gabriel Trinidad

 
 
 

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