The eyes, chico
- Bitágora
- 19 jul 2020
- 2 Min. de lectura
Popularmente señalan a los ojos como las ventanas del alma, mas, si lo pensamos, ¿no será que esas ventanas nos llevan al vacío?

Como bien es sabido, el lenguaje no se reduce unívocamente al habla y sus variantes, sino que, debido a la inquietante pero sorprendente complejidad que nos envuelve, se transforma en diversas expresiones. Así, nos comunicamos bajo ciertos símbolos que percibimos a pesar de las diferencias culturales o distanciamientos geográficos. Tal vez sea una manera de dar con lo más íntimo de nuestra especie y anular parcialmente lo que el transcurrir de la historia ha (de)formado.
Existe, a mi parecer, una fuente de comunicación inagotable, pura y enigmática: la mirada. Determinantes, insinuadoras, provocativas, y más, son fuente de experiencias- comunicadas a través de un par de artefactos situados en aquella máquina humana conocida como rostro- tanto nefastas como propicias cuando las palabras se agotan o sobran. ¿Una mirada, como un actuar, dice más que mil palabras?
Rima XX, Adolf Becquer, versa así: “... que el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”. Lo difícil del asunto resultaría hablar con los ojos, puesto que el alma se nos escapa tan constantemente, pero, si en caso lo lográramos, ¿qué tanto tendríamos por decir? Ese “tanto”, ¿realmente valdría la pena? Popularmente señalan a los ojos como las ventanas del alma, mas, si lo pensamos, ¿no será que esas ventanas nos llevan al vacío? El lenguaje de los ojos, pues, puede caer en barbaries o, en casos particulares, dislexias severas.
Ocasiones otras son las que realmente logran trascender: una mirada de alegría, otra de tristeza profunda, alguna de odio y, seguramente, las de amor. Estas perduran, y se recuerdan porque, teoría a título propio, representan la conexión más directa entre aquello que no podemos esconder y lo que hemos de mostrar. La cotidianidad nos sorprende con miradas en calles, salones y espejos. Así mismo, poseen la virtud de comunicarse a distancia sin la necesidad de “alzar la voz”: “Yo estaba bastante borracho y vos apareciste en la esquina y nos quedamos mirándonos como idiotas”, Rayuela-capítulo 20, Julio Cortázar.
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La presente disertación no es más que una respuesta desordenada a la realidad actual y lo que nos demanda: ocultar el rostro casi en lo absoluto a excepción de los ojos, en consecuencia, las miradas (aunque a veces creo que nada mal vendría una ceguera circunstancial). Por eso, me pregunto quién sabe y cuánto podamos fijarnos en una mirada a partir de esta realidad, o cuán capaces lleguemos a ser de apreciarlas; no obstante, lo seguro es que los sentires ineluctables estarán a flor de iris y expuestos al o los espectadores.
Finalmente, traigo a colación lo dicho por Tony Montana (Al Pacino) en Scarface (Brian de Palma- 1983): “The eyes, chico. They never lie” (Los ojos, chico. Ellos nunca mienten). Si posee razón, no lo sé, pero presumo que, de tenerla, nosotros, hoy, buscaremos la manera de seguir mintiendo, inclusive sin mover los labios.
Camilo Dennis.
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