Sueños
- Bitágora
- 18 ene 2021
- 2 Min. de lectura
“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son”.
Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño

¿Qué sería del hombre sin su capacidad de soñar? Soñar es pues, fruto de nuestro raciocinio, motor de la transformación constante, evolutiva, que nos acompaña como especie hace ya más de 2500 años, que diseña y construye nuestra historia. Soñar es un acto sublime y creador, nos presenta posibilidades, nos sitúa más allá del aquí y el ahora para imaginar todo lo que fue y todo lo que podría ser. Nos transporta desde la imprenta a los medios digitales, desafiando era a era nuestros propios límites, elevando el significado de lo imposible, es nuestro poder.
Podemos decir entonces que todo lo que hoy es real fue en algún momento virtual. Es decir, posible, potencial pero irreal. La virtualidad es como un sueño, un almacén de posibilidades. En sueños, un desdichado prisionero podría ser rey, todo es posible. El raciocinio, nuestro poder, abastece a la virtualidad de múltiples posibilidades, las resguarda en nuestro inconsciente, luego las trabaja, las modifica, las pone a prueba y, finalmente, las materializa. No deja de reinventarse.
Nuestro poder radica en eso, en la inmensidad de lo ficticio y nuestra fascinación por lo inconmensurable. No se contiene, se enfrenta a los límites, los aborrece, es arrogante, es insaciable, es dual y es -para bien o para mal- parte de nosotros. Nuestra suerte está echada, como diría Julio Cesar. ¿Cómo crear más allá de los límites sin destruir los límites? ¿Cómo crear sin destruir? La transformación es a veces (casi todas las veces) tan arrasadora que destruye cuanto está a su alcance. La potencialidad destructiva de nuestra obra es el costo de nuestro poder.
Pese al riesgo latente de la imposición de las bestias destructoras sobre nuestro espíritu creador, con los sueños construimos nuestro destino pues somos seres de transformación. El raciocinio no solo nos otorga poder, sino también discernimiento, aunque muchas veces se vea opacado por nuestra voracidad.
¿Debe acaso determinar nuestra suerte, los astros o cualquier ente divino determinar si hemos de vivir en la oscuridad de las celdas arrebatándonos toda posibilidad de construir quiénes somos, sin siquiera darnos una oportunidad? La privación del libre albedrío es cruel e insensata. La renuncia a nuestros sueños imposibilita todo cambio, toda herramienta, toda mejora, toda revolución.
No puede esperarse que un rey criado a quien se le arrebató su poder, condenado a vivir como una bestia a quien debe contenérsele con muros, al tener de nuevo el poder en sus manos se comporte como un noble justo y no como un tirano.
Nuestros sueños son entonces la génesis de nuestra realidad, los captores de toda posibilidad, de toda transformación, de todo cambio. Son nuestro mayor bien, tal vez nuestro único bien infinito para la creación. Después de todo, no existe en el mundo nada más humano que el poder ir más allá del aquí y el ahora, no existe nada más humano que los sueños, y los sueños, sueños son.
Gabriela San Andrés.
Commentaires