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Recuento de la crisis y sus pormenores

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 25 ene 2021
  • 2 Min. de lectura

Recordé hace no mucho -sin motivo en particular- una amena conversación con un querido amigo mío. En aquella ocasión le comenté: “El 2020 fue un año difícil, por decir lo menos” afirmación que ameritó por parte de él una respuesta casi inmediata y sin meditación previa: “Te equivocas, el 2020 fue un año nefasto”. Hoy, recapitulando lo vivido, le doy toda la razón.

El radical giro del rumbo de las cosas que tuvimos que aceptar a regañadientes tan solo a unos meses de haber celebrado el inicio de un nuevo año, fue sin duda un duro e inadvertido golpe que sufrimos todos a prudente distancia del resto en busca de un bien mayor, preservar la salud de los nuestros tanto como nos fue posible.

Me atrevo a decir que no hay persona sobre la tierra que no haya sentido los estragos de esta crisis, en mayor o menor proporción, claro está, las desigualdades no saben de ausencias; sin embargo, reafirmo mis palabras, no existe persona alguna que no haya sido alcanzada por la crisis.

Y es que de tratarse de una batalla íbamos perdiendo, si bien no todo en absoluto, igual perdimos. Perdimos lujos, perdimos empleos, perdimos tiempo, perdimos contacto, perdimos salud, perdimos esperanzas, perdimos vidas, perdimos primos, tíos, abuelos, hermanos, padres… muchos incluso se perdieron así mismos. Esto se debe en cierta medida a que frente a las nuevas amenazas no tenemos buenas defensas, ni contamos con un plan de contingencia, este se traza sobre la marcha y a nosotros nos toca resistir.

La vulnerabilidad, desesperación y la cercanía a la muerte se convirtieron en elementos de la atmósfera que se condensaba en una especie de trago amargo condimentado con dolor y soledad. Esa mezcolanza era embriagante, tanto así que no notamos el paso del tiempo, tanto así, que al paso de este, dejábamos de sentir. Vaya trance.

No me malinterpreten, no suelo beber demasiado, mi consciencia es frágil y se adormece rápidamente, pero de este trago -pienso- bebí a diario por al menos trescientos y tantos días seguidos. Talvez por ese extraño y tan presente requerimiento de adormecer los sentidos en medio de la crisis. Supongo entonces, con justas razones, que ha llegado el momento de desintoxicarme… corrijo, ha llegado el momento de desintoxicarnos.


Gabriela San Andrés.

 
 
 

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