Propedéutica al estudio de la “presunta substancia divina”
- Bitágora
- 6 dic 2020
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Ya hace buen tiempo que, como señala Kant, la metafísica es una clase de “campo de batalla” en la que los distintos investigadores, aún más los conspicuos, no se han puesto de acuerdo ni siquiera en parte a veces, ni antes ni ahora, sobre las disímiles determinaciones relativas a sus objetos de estudio; estos son, pues, complejos por naturaleza, Dios es un claro ejemplo. Ahora bien, ello se debe centralmente a que, si bien el escepticismo ya estaba presente en la Academia de Platón, por lo menos hasta el génesis del empirismo filosófico del siglo XVII, no se tomó con seriedad la cuestión del entendimiento humano como impase apodíctico del conocimiento suprasensible. En efecto, tanto Aristóteles, Platón, Tomás de Aquino y Descartes se ocuparon de múltiples objetos metafísicos menos del entendimiento humano como tal, pues tal vez, si lo hubieran hecho, otra hubiera sido la historia de sus múltiples “demostraciones” que no son, sino probables a lo mucho. Teniendo en cuenta todo ello, en aras de evitar errar del mismo modo, me confiere de aquí en adelante abordar, a saber, dos cuestiones que no son, sino ulteriores respecto a su trascendencia a la cuestión de si Dios existe o no: ¿qué significa que algo exista?, ¿cuáles son los límites del entendimiento humano? Pues, una vez aclarado lo anterior, no concibo manera alguna de ser objetado si es que, claro está, se concede que los principios establecidos son tales que, como el hecho de que 2 y 2 sea igual a 4, no quepa la menor duda al respecto.
¿Cuáles son los límites del entendimiento humano? Al entendimiento del hombre le gusta correr por las inmediaciones de todo lo dado al pensamiento, mas ello no es, sino un error si es que, en último término, no se distingue el pensar del conocer, pues para pensar a X solo basta ceñirse al Principio de No Contradicción para concebirlo propiamente sin problema alguno, todo lo contrario al conocer, ya que la posibilidad misma de que A cause B o viceversa no depende, sea fundamento la experiencia, de dicho principio; como bien nos enseñó el empirismo radical de David hume, la experiencia, en este caso, es el garante último de la veracidad del juicio anterior, por lo que sin esta es tan probable que A cause B como que no. Ahora bien, lo anterior no significa que todo conocimiento provenga de la experiencia, pues, si no, reduciría todo lo conocido a la impresión sensible como fuente última del mismo, lo cual ya no me permitiría proseguir con este ensayo. Obviamente, ¿cómo he de fundamentar algo como cierto con necesidad si solo me es dada la impresión sensible como fuente última de todo conocimiento? En vista de todo lo anterior, he de establecer los límites del entendimiento humano a fin de no extraviar al buen lector innecesariamente; como bien esgrime Kant, “intuición (sensible) y concepto constituyen los dos elementos de todo nuestro conocimiento, de suerte que ni los conceptos sin una intuición correspondiente, ni la intuición sin conceptos pueden darnos conocimiento […] Sin la sensibilidad ningún objeto nos sería dado y sin el entendimiento ningún objeto sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas”. (Crítica a la Razón Pura, A51).
¿Qué significa que X exista? Como ha de notarse, una vez establecido tan claramente los límites del entendimiento humano, no ha de haber manera alguna de, siquiera, pretender postular un presunto conocimiento como universal y necesario en tanto que el mismo no se ciña a los límites de la experiencia y verse sobre hechos, empero ello no significa que no sea posible pensar y/o conocer al menos la posibilidad de aquellos asuntos que, muchas veces, la razón teorética se propone a sí misma aun cuando ella no pueda, a decir verdad, responder efectivamente sus propios cuestionamientos. En toda la historia de la humanidad, el hombre se ha preguntado si acaso… ¿existe un “más allá” después de la vida?, ¿el alma del hombre el inmortal?, ¿el universo es eterno?, ¿Dios existe? Y, como se sabe, no ha podido responder de modo definitivo tales interrogantes; no obstante, ¿no hay de todas ellas una cuestión que sí podamos abordar al menos de modo parcial sin temor a recaer en una alteridad de razonamientos probables? Hay que reconocer que, si bien responder preguntas de este tipo escapan de la facultad cognoscitiva del hombre, el hecho de que algo sea pensado para nosotros como existente presupone necesariamente la posibilidad de aquello que se presenta al pensamiento como cosa que existe al margen de si, se puede afirmar fidedignamente su existencia o no, puesto que toda tentativa contraria elimina de facto el poder pensar en el ser del modo que sea y, por tanto, todo conocimiento de él. Ensayemos, en consecuencia, recordando lo limitado que es el entendimiento humano, si la existencia de X no depende de si, sea el caso, el hombre es consciente de la misma por cualesquiera medios posibles, sino de un grado suficiente de posibilidad tal que le permita ser efectivamente. Este parece ser el principio máximo humano con el cual el hombre ha de posicionarse ante la realidad de cosas existentes, sin él todo tipo de ontología carece de sentido, por lo que, de modo general, he de establecer que toda presunta existencia fuera de los límites de la experiencia no será, sino posible, al menos para el intelecto humano, en tanto que lo que se designe como existente lo sea, para lo cual bastará que, por ejemplo, lo que en filosofía se llama “substancia” contenga una esencia tal que ella misma sea posible, no guarde contradicción estricta, y mantenga la posibilidad de lo que es; es decir, del ser. Esto bien, aun sin importar si se conoce la esencia de aquello que se piensa como existente, pues, cierto es que el conocimiento de esencias es, si no limitado, no factible para el hombre.
Según esto último, me veo tan perturbado que he de conceder lo que una mente atenta ya podría colegir hasta el momento: “siendo yo mortal, hay muchos asuntos que exceden mi facultad cognoscitiva”. Piénsese en todas las interrogantes que había sugerido antes a excepción de la relativa a lo que, a modo cartesiano, llamaré “presunta substancia divina”, Dios. En todos los casos, me veo tan insignificante, en virtud de todo lo que ha decirse al respecto, que solo me confiere admitir que concibo como posible una respuesta tanto positiva como negativa ante las interrogantes, pues la experiencia no me suministra ningún hilo conductor con el cual pueda fundamentar una determinación particular al igual que el entendimiento como tal que, al que solo le corresponde guardar silencio en parte, ya que, como dije antes, solo podemos concebir o pensar la posibilidad de un asunto como estos, mas no la certeza efectiva del mismo. Por esta razón, no me he de pronunciar sobre ninguno de estos temas de aquí en adelante, como sujeto cognoscente de los mismos, sino únicamente sobre la supuesta existencia de Dios, pues, aunque parezca un sinsentido tal empresa con todo lo dicho, el pensar en la posibilidad misma de aquella presunta substancia, presente en el pensamiento, me es prácticamente suficiente para poder finiquitar, de una vez por todas, este plácido y reconfortante sueño sobre el que yace la fe de muchos "creyentes". Esto, porque, si bien todo lo pensado no refiere propiamente a todo lo conocido, todo aquello presunto conocimiento no podrá no ser pensado de cualquier modo; con ello ya he trazado, en líneas generales, lo que he de hacer en adelante en relación al tema aquí tratado: analizaré si es posible la presunta posibilidad del ente mismo con el fin de concluir si es un asunto de la misma naturaleza que los otros dados anteriormente, del cual solo quepa la fe, o no. Si no lo es, será muy sencillo, a saber, reducir todo el asunto a "la nada” de Parménides, ya que no será posible ni tener fe alguna sobre dicho asunto dado que solo de lo posible, para el hombre claro, se ha de tener fe aun cuando la posibilidad sea prácticamente nula. En ese sentido, no necesito demostrar que Dios existe o no, ya que aquello sería ridículo en vista de todo lo anterior, para dejar sin objeto al pensamiento. Si resulta todo como espero, lograré haber cumplido con uno de los más grandes aforismos de Friedrich Nietzsche, anunciado en La gaya ciencia, el cual explicita que “Dios ha muerto y el hombre lo ha matado”, por lo que no me atañe ahora, sino inmortalizar este momento como el más grande de mi vida, aun cuando sea consciente, de que seré embestido por la crítica de todos aquellos que se resistan a sepultar a la “presunta substancia divina”, Dios. Por lo pronto, tendré abandonar esta propedéutica que no es, ni por mucho, el desarrollo completo de mi pensar a fin de que el lector vuelva sobre cada asunto tratado en aras de no ser sorprendido en el corpus del tema.
Gabriel Trinidad
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