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Parece una broma, pero somos inmortales (Breve pincelada sobre un lienzo pantagruélico)

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 30 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Julio Cortázar escribía con swing, sus escritos definitivamente provienen de algún lugar lejano, que solo se descubre, justamente, cuando un libro suyo es abierto. ¿Quién y qué fue Julio Cortázar a 106 años de su nacimiento?

Incapaz de luchar contra tanto pasado abrió los ojos y se enderezó…


La isla a mediodía- Todos los fuegos el fuego (1966)


Julio Cortázar


“All the things you are” (todo lo que eres), es el título de quizá la canción más conocida del saxofonista estadounidense Charlie Parker (Kansas City, 29 de agosto de 1920- Nueva York, 12 de marzo de 1955), quien, en cuanto su instrumento de vida- el saxofón- se posaba en sus manos, parecía abandonar el cruel mundo que lo asechaba y desquiciaba, que lo acorralaba constantemente sin admitir resquicios por los cuales descubrir la luz. Otro ser que, a pesar de no ser saxofonista, lograba liberarse del yugo de una sociedad insistentemente reglamentada haciendo uso de su mejor arma, en este caso la imaginación reflejada dentro de la Literatura, fue Julio Florencio Cortázar, nacido accidentalmente en Bruselas el 26 de agosto de 1914, vivido entre Buenos Aires y Paris, fallecido en esta última el 12 de febrero de 1984. Charlie Parker, además de inspirar El perseguidor- 1959- (magnífico relato escrito por uno de sus admiradores más geniales: Cortázar), le daba un ritmo al saxo, sus improvisaciones parecían venir de “otro lado”; Julio Cortázar escribía con swing, sus escritos definitivamente provienen de algún lugar lejano, que solo se descubre, justamente, cuando un libro suyo es abierto. ¿Quién y qué fue Julio Cortázar a 106 años de su nacimiento?

Su aspecto delataba su extrañeza: “era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de un niño perverso dentro de un interminable abrigo negro, que más bien parecía la sotana de un viudo. Tenía los ojos más separados como los de un novillo y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón”, en palabras de Gabriel García Márquez. Su elocuencia no distaba en magnificencia, pues, como él alguna vez se lo atribuyó a José Lezama Lima, uno de sus grandes amigos, parecía verbalizar como si de escribir se tratara. Coincidentemente, es en una entrevista de 1977 para el programa español A fondo, emitido entre 1976 y 1981 (lapso en el que diversas figuras de la cultura contemporánea realizaron acto de presencia como Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, entre otros), que Cortázar anuncia un símbolo de su personalidad, el cual indefectiblemente inunda su vivir y, en consecuencia- porque la escritura es también una forma de existir-, su escribir: “mi realidad es una en que lo fantástico y la realidad se entrecruzan constantemente”. Real, que nada de lógica posee, ficticio, la compenetración de ambos, locura o razón, no hay manera más eficaz de conocer a un artista que examinando su obra.

En el plano literario, Julio Cortázar, fue, sobre todo, un cuentista debido quizá a su manera de concebir la existencia: un juego donde el azar hace tan bien, o tan mal, las cosas. Se trata de ser breves dentro de lo posible, de ahondar profundamente en las vísceras de la humanidad sin la necesidad de extender el discurso, de plantear la narración desde la cosmovisión del personaje, que mundano o magnánimo, siempre se presenta como tal y dentro de un universo en el que tanto un desdoblamiento (Puzzle) como la aparente existencia de seres entre una habitación y otra (La puerta condenada) son posibles. Al leer a Cortázar nos preguntamos, ¿no es acaso lo fantástico la realidad misma bajo otra óptica? Y probablemente sí, pero hay que tener esa visión, que se expone fascinantemente en diversos relatos, donde lector y escritor se envuelven en una maraña de cotidianidad y sorpresa; la muerte tampoco se ausenta, y la vida- “la vida es el tiempo”- no es más que una ilusión, una triste, a veces amarga, y en otras ocasiones feliz ilusión, que posee un final aparente como todos los cuentos; no obstante, anida en los dedos que recorren las páginas y en la memoria de quien se dispuso a aventurarse sin salir de casa (¿la mejor forma de hacerlo?).

Explorador de lo interno y de lo externo, Julio también expandió sus quehaceres literarios, y la novela fue un género en el que se desempeñó con su avidez natural. Publicó Los premios en 1960, pero es en 1963, con la publicación de Rayuela, que el fenómeno de su humanidad se convirtió en un vendaval literario. Esta novela- o “contra-novela”- destruye los patrones habituales de las mismas, funda una manera distinta de concebir una obra de ingente contenido impreso, ejemplifica el arte de escribir como un acto intuitivo y, sobre todo, dispone al lector de la maravilla de poder leer el mismo libro de diferentes maneras, de modo que nunca es el mismo libro, y ¡qué felicidad! Dividida, solo es un decir, en tres partes (Del lado de allá, Del lado de acá, De otros lados), Horacio Oliveira nos manifiesta su existencia, y con esta, la cualidad de no pertenecer a ningún lado. Además, personajes como La Maga, con quien el amor es una suerte de ir y venir, de golpear y acariciar; Traveler, un viajero que nunca salió de casa; Talita, la representación de una insania cada vez menos controlable, acondicionan una historia que cumple con su objetivo: generar en quien la aborda arrebatos de alegría absoluta, de inconformismo y de enojo. El objetivo no siempre es llegar al cielo, aunque esté a la vista, sino patear la piedrita, y dar saltos hasta que la noche caiga y no se vea más. Luego se publicaría 62 modelo para armar (1968), Libro de Manuel (1973)- su peor novela a juicio suyo-, y póstumamente Divertimento y El Examen.

Está claro que esto no es todo el bagaje del escritor argentino, pero el tiempo es corto y lo escrito largo (como esperanzae´ pobre). Aun así, se trata de recordar, recontar y releer, porque, como todo, nosotros no somos los mismos de un momento a otro y lo que leemos tampoco. Lamentablemente para quienes nos interesamos en estudiarlo, a pesar de haber cambiado constantemente, Cortázar le dio fin a la narración de su vida un 12 de febrero de 1984 en París- escenario de tantas aventuras, fantasías y sueños- enfermo de leucemia. Pero yo creo que los cronopios son inmortales, y que Julio Cortázar, su deidad creadora, es uno de ellos, y que continúa derramando la pasta del dentífrico hacia la calle, dando cuerda al reloj al que fue regalado, creando palíndromas, jugando con la visión de un niño, vomitando conejitos, escuchando huir a Charlie Parker y dejando que el amor muestre los medios.


“Y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor”

Una flor amarilla (Final del juego- 1956)

Julio Cortázar


Camilo Dennis

 
 
 

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