Ojos (ciegos) en la espalda
- Bitágora
- 12 jul 2020
- 4 Min. de lectura
¿Es entonces, la nostalgia, la imposibilidad, no solo de ser lo que fuimos en determinado momento, sino de estar en el pasado, en otro lugar o de lograr la ubicuidad?

Aunque me fuercen Yo nunca voy a decir Que todo tiempo por pasado fue mejor ¡mañana es mejor!
Cantata de puentes amarillos- Pescado Rabioso
La existencia humana, constante fluctuación entre los extremos antagónicos, otorga experiencias a cada uno de sus viajantes, quienes transcurren, por lo general, sin percatarse de lo impresionante que resulta ser estar situado en medio de un universo infinito, para el que, no obstante, resultamos irrelevantes. A pesar de esto, se desprende por cada quien uno diferente: aquel que se colma de lo que realicemos mientras el destino inexorable no brinde su llamado final. En este lapso, tanto alegrías como penas y variantes, realizan el montaje, varían la iluminación y, por último, deciden el género del film. Podemos, entonces, elaborar diversos personajes, historias y diálogos que forman parte de una sola producción, pero en la que, al existir lo inaccesible, no somos capaces de ser todos ellos al mismo tiempo. ¿Es entonces, la nostalgia, la imposibilidad, no solo de ser lo que fuimos en determinado momento, sino de estar en el pasado, en otro lugar o de lograr la ubicuidad?
Nostalgia proviene del griego nostos, que puede significar ´retorno´, y de algos, ´dolor´; inferimos un significado: es el dolor por el retorno, por lo lejano. ¿Qué nos la produce? Primero, es obra de los recuerdos. Solemos asociarlos a un ente externo, ya sea la situación por completo o las personas en específico, pero se trata, más bien, del efecto causado por estos en nosotros. Así, rememoramos instantes de felicidad, complicidad o aquellos en los que simplemente el ambiente nos dotó de sensaciones irrepetibles, y que, a la distancia promovida por el tiempo, aparentan perfección. El presente no nos satisface, por lo que recurrimos al pasado como parte de una jugarreta inconsciente o consciente que articulamos para no enfrentar lo que es. ¿Realmente quisiéramos, dada la situación, movernos al momento evocado? Resulta que, para la memoria, encomiable filtrante de lo negativo, los defectos de lo transportado por la mente desaparecen parcialmente, y nos proporciona aquello que definitivamente desemboca en la afirmación. Soslayamos lo acaecido entre ambas épocas y, sobre todo, evitamos caer en cuenta de que, esto es lo fundamental, no existe la posibilidad de ir hacia atrás por más atractivo que resulte ni la certeza de que los eventuales sucesos sean similares. El tiempo ha cambiado, y nosotros con él.
He detectado otra variante de la nostalgia con respecto a uno propio: no solo añoramos lo que fuimos, sino que, también, lo que no pudimos ser. Sea por azares del destino, gajes del oficio, o injusticias perpetradas, perdemos la oportunidad de culminar situaciones en específico como hubiésemos deseado y, son estas, las que yacen lejos del hoy. Nostalgia junto con culpa, comprendidas y de la mano, enarbolan un dúo letal para quien se enfrenta al transcurrir constante de los segundos lapidarios. La evidencia de ser alguien distinto a lo que ansiamos, nos golpea y trastoca los sentimentalismos. Aun así, somos, evidentemente, el producto de todo aquello que no conseguimos, por lo que es, en todo caso, un absurdo empecinarnos en porfías por este aspecto, pues culmina por ser insustancial: no existe más para quien vemos en el espejo que lo que es en el preciso momento en que lee esto.
“Una vez que se abandonó el hogar, uno ya no está más en casa”, señala Jonas Mekas, cineasta lituano y exiliado sempiterno. Se trata de la nostalgia en su expresión más intimista y profunda: estar lejos de casa o no poder regresar a ella. La no-omnipresencia tal vez sea la que ha marcado mayor relevancia en esta época de fronteras cerradas y personas fallecidas (quienes también pueden ser nuestro hogar), y maximiza los sentimientos humanos, pero, sobre todo, la inconsistencia de estos. La nostalgia deja de representar el escape a lo real para transformarse, asimismo, en una pantagruélica prisión que ancla las esperanzas y minimiza la cabalidad de un presente o un futuro menos agobiante. Es la búsqueda constante de lo que ya no somos, de lo que no existe, aunque existió, y del rastro de lo que creímos ser cuando nos sentimos “como en casa”. Por más retorno que se dé, el lugar al que vayamos, ya no será el mismo, y nosotros tampoco. Atados, vivimos, irónicamente, a lo discontinuo y lo cambiante.
Si bien la nostalgia, enquistada particularmente por este lado del planeta, es necesaria- “La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”, escribe Søren Kierkegaard-, hemos de comprender que trae consigo ciertas insidias ante las que por lo común nos mostramos inermes. Los tiempos ya transcurridos, son una inexistencia de la que tal vez rescatemos estrategias de cara al presente y al futuro de pérfidas cualidades, pero nada más. Por eso, debemos clausurar aquello que fuimos o no pudimos ser, entender la lejanía como una posibilidad para encontrarnos, y admitir que, por muy buenos papeles que haya interpretado, nuestro personaje no puede abandonar su única “debilidad” irrefutable: la imperfección.
Camilo Dennis
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