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No soy un político

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 22 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Con seguridad, no soy ni seré un político, pero asumo que tengo un deber por cumplir como ciudadano, que existe la necesidad de mejorar en lo sucesivo a pesar y porque, justamente, somos transitorios.

En épocas de incertidumbre, surgen interrogantes recurrentes dentro de los individuos envueltos en aquella. El futuro se presenta como un terreno nimbado de confusión, lobreguez e inaudita imprecisión. Naturalmente, aquello asusta, porque la seguridad se limita y la inseguridad abarca mayor espacio por contraposición. Efectos inmediatos son paliados dentro de las posibilidades; por eso, protestamos, denunciamos y nos indignamos ante eventualidades que atentan contra nuestra estabilidad. Por eso, buscamos agruparnos debido a intereses comunes y búsquedas de valores ausentes. Es obvio que la totalidad de los integrantes no se manifiesta por las mismas razones ni con impoluta benevolencia en el alma, pero son los más aquellos que comprenden la necesidad del caso. Muchos pregonan una “crisis política” cuando este último término no es comprendido por casi absolutamente nadie, pero, ¿es realmente necesario conocerlo?

Algunos mencionan que política es una actividad que anhela la limitación del desarrollo de conflictos haciendo uso del poder; otros, anuncian que son los gobiernos imperantes; finalmente, aunque estas no sean todas las definiciones existentes, están quienes consideran que la política son los políticos. Los políticos, por su parte, prefieren que esta última definición se democratice (para ser consecuentes) y que en su actividad laboral recaiga todo el peso de aquel término dantesco, que salva, condena y no puede ser expulsado con el paso del tiempo. Un político, en estos tiempos y tal vez en todos los anteriores bajo diferentes contextos, es un profeta; un gobernante, es un salvador. Para el vulgo, esos seres de apariencia inagotable, pantalla pública generalizada, fieles y detractores, son los encargados de solucionar cada inconveniente social existente. Ellos, seguramente piensan lo mismo, pero la realidad es otra.

La realidad nos demuestra progresivamente que ni los políticos son salvadores ni la sociedad debe esperar una panacea de su parte. Más bien, parecería que aquellos individuos sentados en curules o en tronos, encargados de velar por el bienestar común, buscan cada vez más satisfacer sus requerimientos particulares en detrimento de los civiles que los eligieron por medios democráticos. Ya decía Jorge Luis Borges que la democracia es un juego de la estadística, que no por ser el más votado el elegido es el más idóneo. De cierto modo, somos jueces y sentenciados en cada proceso electoral, por lo que aceptar nuestra ignorancia sería el primer paso hacia la consciencia. Una suerte de uróboro de la inconsistencia política se ha conformado a casi doscientos años de nuestra “independencia”, y solo cortando la cabeza del dragón es que podremos liberarnos de la sempiterna malicia de su naturaleza. Hemos, lo digo sin certeza, iniciado el proceso de un camino probablemente eterno; es, por suerte, un aspecto positivo. Continuar es, pues, nuestro deber en a actualidad.

Queda claro, después de lo acaecido durante estos últimos años y, sobre todo, durante las últimas semanas, que los políticos no son la política, sino que son los que la pretenden portar, moldear y sumergir en sus bolsillos para sacarla solo cuando sea necesario. No es una generalidad, por supuesto, pero resulta justo juntarlos en un solo espécimen para poder evaluarlos con certeza. La política, en sí, es una entidad confusa, que agrupa cada sector de la sociedad y que, cuando sus necesidades son coherentes, busca la conformación de una población satisfecha, aunque no conformista. En este sentido, no soy un político, pero me interesa la política porque la conformo; me inmiscuyo en ella para mejorar mis condiciones y las de los demás; me fastidia cuando el poder se usa para beneficiar a unos pocos a espaldas del ojo público; y, sobre todo, denuncio el abuso cometido por las fuerzas de la ley, que actúan en la ilegalidad y se justifican en sus rangos. Con seguridad, no soy ni seré un político, pero asumo que tengo un deber por cumplir como ciudadano, que existe la necesidad de mejorar en lo sucesivo a pesar y porque, justamente, somos transitorios.


Camilo Dennis

 
 
 

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