top of page

Máscaras vemos…

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 11 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

Por eso, la verdadera labor del ser humano reside en comprender que aquello que somos no es realmente lo que se ve, es decir, lo físico. Somos, en cambio, lo que no se nota, lo que comprende intrínsecamente la complejidad de las experiencias personales, grupales y globales.

Varias culturas arcaicas, dentro de sus rituales, utilizaron máscaras, ya sea físicas o pintadas en la piel, para representar diversos personajes. Otras, las utilizaban en las guerras o en su cotidianidad. Lo cierto, a la postre, es que el humano, desde sus albores místicos, siempre ha buscado ocultar su verdadero rostro para dar cabida a una prótesis de identidad que admita ciertos comportamientos o lleve a cabo los fines espirituales que se han dispuesto. Con el paso de los años, esta condición no ha desaparecido, aunque sí, como resulta natural, se ha transformado: máscaras como armamento, máscaras bajo fines artísticos, para realizar fechorías, entre otros. En la actualidad, las máscaras que se han impuesto, por obligatoriedad inclusive, son las clínicas, que evitan el contagio de un virus tan temido como temible. ¿Este nuevo rostro será nuestro verdadero rostro?

La gestualidad se ha perdido casi absolutamente. El ver el rostro de nuestro interlocutor verbal al salir hacia las calles asechadas ahora por un peligro constante no es lo mismo. Reconocer a aquellas personas con las que en algunas ocasiones compartimos ya no resulta tarea fácil. Vernos en los espejos que dispone la urbe nos refleja distintos, con una suerte de armadura que nos oculta y nos vacía la humanidad. Ser, en realidad, lo que fuimos antes ya no es admisible; es decir, hemos mutado, adquirido una piel para cuidar el interior y, al parecer, la reversión se separa diametralmente a cada paso dado. Se ha configurado un panorama desolador y triste, las expectativas parecen haberse desaparecido o diluido. Ahora, es parte del transcurrir incesante de los días el portar un nuevo artículo en el rostro. Existen distintos modelos y porcentajes de eficacia, pero son, en esencia, lo mismo: una máscara que oculta el rostro de quien la lleva.

Aun así, existe un par de entes que puede salvar la expresividad de nuestras personas: los ojos. Quizá la ventana del alma se convierta de una vez en la ventana del cuerpo entero. Estamos destinados, pues, a sonreír con la mirada, a sufrir a través de ella, y a demostrar nuestros sentimientos más íntimos sin abrir la boca expresamente. A ciencia cierta, no es parte de nuestro conocimiento entender si las miradas serán suficiente, pero seguramente resultan eficaces cuando nos proponemos demostrar lo que esconde nuestras ropas y sus nuevas herramientas sanitarias. Como se mencionó en un artículo anterior a este, quizá sea hora de aprender a mentir también con la mirada, a responder erróneamente, y a conocer personas solo mediante ese juego de luces que es la visión. Ya no son rostros, sino “únicamente” ojos, colores y miradas.

Ante todo este panorama, se debe comprender que, a pesar de las dificultades que enfrentamos constantemente, nuestra adaptación- aspecto inalienable de la naturaleza del homo sapiens- ha permitido que la nueva normalidad esté pasando a ser la normalidad existente como tal con sus inconvenientes y sus beneficios. Ser uno con la máscara es simplemente ser cada uno de nosotros. Tal vez las iremos abandonando al unísono con el abandono (la cura) de la pandemia. Tal vez perdurarán parcialmente como parte de nuestras costumbres o de fines meramente estéticos. Tal vez no las abandonemos dadas las eventualidades a las que se enfrenta la vida por estas épocas. El futuro es una miríada de posibilidades y probabilidades que nuestras capacidades no pueden predecir por completo, pero que debemos enfrentar con la mejor de las caras, en otras palabras, con la mejor de las miradas.

La verdadera interrogante, sin embargo, es la que se plantea ante la relación entre máscara y rostro: ¿somos por dentro lo que somos por fuera? En estos momentos, la respuesta está suspendida porque existe un material físico que excluye lo que llevan debajo. Por eso, la verdadera labor del ser humano reside en comprender que aquello que somos no es realmente lo que se ve, es decir, lo físico. Somos, en cambio, lo que no se nota, lo que comprende intrínsecamente la complejidad de las experiencias personales, grupales y globales. No somos el modelo de mascarilla que llevemos ni la belleza del rostro que poseamos dadas las circunstancias culturales y los conceptos manejados por estas. Somos, en esencia, lo que expresan los únicos portales disponibles en épocas de pandemias. El alma del ser humano es el ser humano más puramente; lo demás, son transformaciones que algún día serán olvido o normalidad.


Camilo Dennis

 
 
 

Comments


Afíliate a nosotros

¡Gracias por suscribirte!

© 2020. 

  • Blanco Icono de Instagram
bottom of page