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Miedo, el hermano de la muerte

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 21 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

“No me angustia la muerte, sé que no me gusta nada, no quiero morirme, pero no voy a permitir que la idea de la muerte me perjudique el gozo de la vida” - Adolfo Bioy Casares

Cuenta Bioy Casares que en una de las tantas conferencias en las que él se hacía presente, una persona del público, las cuales tenían derecho a una pregunta, se apresuró a preguntar: “¿Usted que está a un paso de la muerte ha pensado quién lo va a recibir en el más allá?” a lo que Bioy respondió: “usted”.

La muerte ha sido eje de discusiones en diversas ocasiones. Bioy Casares repetía que si por él fuese, alargaría su vida unos mil años y pasados esos mil años se arrepentiría de no haberla alargado unos mil quinientos, así pues, notamos que, como decía Bioy, no había nada que le disguste más que la idea de morir. Aunque, como en todo, existe una dicotomía; se sitúan, por otro lado, los que más que temerle a la muerte, se olvidan de ella; Ribeyro en Dichos de Luder -dicho cincuenta y uno- escribe: “Cuando me muera pueden pasar dos cosas -dice Luder-. Que desaparezca para siempre y no sepa nunca más de mí, o que me encuentre conmigo mismo en un mundo exacto o parecido. Ambas posibilidades me dejan indiferentes.” Dicha indiferencia que refiere Ribeyro nos encasilla en una pregunta que gira el sentido del miedo a la muerte y es: ¿a qué le temen los que le temen a la muerte?

Con el menester de formular una respuesta válida me remonto a Grecia del 220 a.C. para robarle a Epicuro una explicación breve a la vez que válida. Cuando a Epicuro se le preguntaba qué es lo peor de morir, observaba a sus condiscípulos, maestros y todo tipo de coetáneo y llegaba a la paradójica conclusión de que lo más terrible de la muerte es que no exista realmente. Son las creencias en un más allá -profiere Epicuro- las que nos regalan una esperanza y permiten que el óbito no se perciba como un final sin más. Entendemos que Epicuro nos regala una respuesta con mayor relación a seguimientos religiosos y sectarios, pero para quienes no predican dichas prácticas no es aplicable. Ahora, encontrándonos en este pasadizo que requiere una luz, recurrimos al Premio Nobel de literatura del ochenta y dos y a su gran respuesta, escrita en Habla Gabo (Revista Semana, 1985), acerca del miedo a la muerte -que es aplicable para cualquier ser humano. “El miedo a la muerte lo tiene todo el mundo, pero más que miedo a la muerte misma es miedo al tránsito. Por eso creo que los más felices son los que se mueren de un infarto fulminante. En fin, creo que el miedo no es a estar muerto, sino a estar muriéndose.” A propósito de Gabriel García Márquez, me permito tomarle prestado un escrito más para abrir paso a una nueva pregunta. Que la idea de la muerte no me distraiga de lo que estoy haciendo -escribía García Márquez-, porque lo que va a quedar es lo que uno haga de vivo. Dicha cita convierte la tinta del “¿por qué el miedo a la muerte?’” a un “¿sirve de algo temerle a la muerte?”. Encaminaré el cierre, como encaminé la apertura, hacia Bioy y repetiré lo que él manifestó en alguna entrevista: “No me angustia la muerte, sé que no me gusta nada, no quiero morirme, pero no voy a permitir que la idea de la muerte me perjudique el gozo de la vida”.

El otro

 
 
 

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