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Metafísica Cartesiana: ¿pienso, luego existo?

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 13 sept 2020
  • 4 Min. de lectura

“Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados sin tratar de abrirlos jamás” -René Descartes-

En este tiempo es muy frecuente utilizar frases y proverbios de pensadores con la finalidad de transmitir una determinada ideología; dicho de otro modo, en relación a las frases, es bien sabido que no pocas personas se identifican, de cierta manera, y emplean ciertas frases que tienen como tema al desamor o la amistad, porque las frases electas y relativas a dichos temas guardan relación con su idiosincrasia. Sin embargo, cabe señalar que, en muchos casos, las frases electas no son comprendidas adecuadamente, por lo que terminan siendo interpretadas de maneras diversas y, en pocas palabras, se dice que constituyen un equívoco como tal, asimismo, a esta problemática suscitada se suma el idioma, ya que, cuando se traduce una frase de un idioma a otro, no siempre conserva el mismo sentido. A raíz de estas razones, algunas pueden parecer absurdas; verbigracia, hasta uno podría pensar que grandes pensadores como Kant, Descartes, Hegel, Aristóteles, entre otros, recaen en paradojas o contradicciones consigo mismos. Por ejemplo, a simple vista una frase de Albert Camus, exponente del existencialismo filosófico, puede parecer absurda o no meditada: “vivir es lo contrario de amar”.

Lamentable es que, aun cuando quisiera ocuparme de todos los errores interpretativos y de traducción, ello no me sería posible. Por ello, en este breve ensayo discutiré sobre una de las frases filosóficas que considero más conocidas y relevantes: “cogito ergo sum” o lo que comúnmente se traduce como “pienso, luego existo”. Para ello, primero presentaré al dichoso autor que esgrimió aquella frase y lo que lo llevó a expresarla; finalmente, me dedicaré a explicar por qué considero que la frase “pienso, luego existo” es incorrecta en virtud del sentido de la frase original.

El autor de la frase ulterior es René Descartes. Aquel hombre fue un filósofo, matemático y físico francés, considerado como el padre de la filosofía moderna, ​ así como uno de los protagonistas con luz propia en el umbral de la revolución científica. Este vivió entre el siglo XVI y XVII. En relación a la filosofía, aportó sustancialmente con valiosas reflexiones al enriquecimiento de dicha rama del conocimiento, ya que esta se encontraba en aporía o problematizada frente a una de las corrientes más perniciosas, incluso, para los hombres denominados “postmodernos”: el escepticismo radical. De hecho, esta corriente de pensamiento fue la que lo llevó a escribir el libro en el que mencionó la frase que se tratará en este ensayo; a modo de ilustración, la filosofía escolástica, predominante durante el Medioevo, ya no se consideraba primigenia en relación a las respuestas que brindaba frente a las cuestiones importantes de la época; es decir, se ponía en duda muchos de los fundamentos como tales de aquella filosofía. En efecto, esto condujo a que se pensara que la filosofía ya no tenía cabida en el seno de la sociedad.

En relación a lo anterior, para Descartes lo único que podía soslayar el escepticismo radical o “el dudar de todo” era un principio inconmovible, es decir, del cual no se pudiera dudar. Este es el del “cogito ergo sum” o lo que se traduce habitualmente como “pienso, luego existo”; verbigracia, nosotros podemos dudar de todo, pero… ¿dudamos de que dudamos o de nuestra existencia? Estos parecen ser los principios base de los cuales nadie duda, pero, ante el escepticismo radical, el filósofo cuestionó aquellos para, finalmente, intentar evidenciar que el principio anterior era apodíctico o sumamente verdadero. A modo de ilustración, dicho principio se deriva de la hipótesis cartesiana: “incluso aunque hubiera un genio maligno, que asumiré que es Dios, que quisiera engañarme de modo que todo lo que veo y siento realmente fueran solo ilusiones, no podría no participar de la existencia mientras yo dude de la misma”. En pocas palabras, uno piensa, porque existe y no puede poner en duda el pensamiento, puesto que el dudar no es, sino pensar de una determinada manera, por lo que solo podemos dudar del “qué somos”, mas no del “si somos o existimos”; es decir, si uno duda de que existe se pone a pensar y puede hacer ello tanto como quiera que para negar su existencia tiene que seguir pensando o existiendo que es lo mismo. De esto se deriva el “cogito ergo sum” o, como yo prefiero traducir, “pienso, porque soy o existo”, ya que el “luego” implica un orden en la acción; dicho de otro modo, el “pienso, luego existo” parece denotar que uno piensa antes de existir, lo cual resulta problemático, porque tal como señala Descartes, “para pensar uno necesita existir” , por lo que esta matización, aunque parezca trivial, tergiversa o altera el sentido base del pensamiento de René Descartes: uno de los mejores filósofos en mi opinión. Si tal vez no se tratara de una cuestión metafísica tan importante, podría aceptar dicha traducción, pero ello no me es posible por el motivo antes mencionado.


“Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados sin tratar de abrirlos jamás”

-René Descartes-

Gabriel Trinidad

 
 
 

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