Lima, un lugar sinfín de cuentos
- Bitágora
- 4 ene 2021
- 2 Min. de lectura
"¿Por qué escribo? Para crear, sin otro recurso que las palabras, algo que sea bello y duradero". - Julio Ramón Ribeyro -

En la narrativa peruana del siglo XX, suelen distinguirse tres grandes periodos: el modernismo, el indigenismo y el realismo urbano. Este último inicia en los años 50, con obras como No una sino muchas muertes (1957), de Enrique Congrains Martín, y-ya en la década siguiente-La ciudad y los perros (1963), de Mario Vargas Llosa, y En octubre no hay milagros (1966), de Oswaldo Reynoso. La primera de ellas considerada el punto de partida de llamado boom de la narrativa latinoamericana.
El realismo urbano respondía a los cambios que venía experimentando la sociedad peruana en todos los aspectos. Uno de los más visibles era el de la creciente migración interna. En pocos años, Lima se había convertido en ciudad de acogida de cientos de miles de provincianos, los cuales modificaban rápida y sensiblemente el paisaje social de la capital. Sí el indigenismo había recurrido al indio Y a la Sierra como una forma de representar globalmente la realidad nacional, ahora Lima podría servir decenario para el mismo fin, desde una perspectiva nueva incorporándolos también nuevos problemas generados por la convivencia en el espacio ciudadano. Este periodo no sólo implico un cambio de temática, personajes y entorno, ya que la renovación de los medios expresivos era una cuestión fundamental para los escritores que entonces empezaban. El indigenismo había prestado mucho menos importancia a este aspecto, más preocupado, por decirlo de algún modo, fuera el contenido de la representación. Sin embargo, era ya perentoria en toda Hispanoamérica la necesidad de modernizarlas formas de contar, necesidad impulsada en gran medida por el ejemplo de la narrativa norteamericana y por las técnicas que había popularizado el cine.
En sus características, se evidencia la sustitución de los temas intimistas, legendarios y fantásticos típicos del movimiento anterior (romanticismo) por la descripción del mundo real y exterior: lo cual es cotidiano, lo fácilmente observable. De ahí el auge que experimenta la novela, género literario más apto para explayarse en descripciones. Se produjo un intento de abarcar toda la realidad, tantos los ambientes familiares y sociales en que se mueven los personajes, como sus conflictos anímicos. La literatura girará pues, en torno a dos grandes ejes: lo social y lo psicológico. Afán de objetividad del escritor, quien abandona el punto de vista para hacer más verosímiles sus historias.
Este periodo nos deja grandes escritores, sobre todo en el ámbito peruano, Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, Alfredo Bryce Echenique y – el más destacado de todos desde mi opinión- Mario Vargas Llosa, quienes lograron retratar a Lima como el epicentro de grandes historias que tienen que ver mucho con la realidad muy ajena de la sociedad peruana y que, de alguna manera, nos dejan grandes reflexiones acerca de como es el día a día de una sociedad divida que al hoy en día no ha cambiado mucho. En lo personal, Un mundo para Julius (1970) de Alfredo Bryce Echenique es la mejor escenificación de esta sociedad.
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