Indígenas lives matter
- Bitágora
- 4 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Indígenas, olvidados, mueren día a día y ni siquiera se evidencia. ¿Qué tan mezquinos hemos de ser para dejar de lado a quienes enriquecen nuestra multiculturalidad?

Las grandes catástrofes acaecidas a lo largo de la historia suelen bifurcar -no sin contrastes- el camino a seguir en lo sucesivo: las falencias son detectadas y se actúa o, en su defecto, se las percibe y soslaya. A pesar de la ineficacia natural de lo sapiens, se ha logrado transformar y, por suerte, mejorar algunos aspectos concernientes a la humanidad, pero, siendo la perfección una imposibilidad constante, quedan aún aspectos precarios. Así, en lo concerniente a nuestra realidad, la pandemia del coronavirus ha exacerbado un carácter derivado de un complejo antropológico peruano: la invisibilidad de las comunidades indígenas amazónicas.
Vasto territorio: vasta cultura. En el Perú habitan 55 pueblos indígenas u originarios, de los cuales 51 pertenecen a la Amazonía y 4 a los Andes. La lejanía, tanto en territorios como en las prácticas y cosmovisión, ha construido un muro que, a pesar de los intentos por destruirlo, sigue impartiendo esta división fronteriza en una misma dimensión. ¿Cómo vemos, quienes habitamos en ciudades aspirantes de modernidad, a las comunidades indígenas? Irreal, seguramente, es la mirada; la impartición de un “Perú-Lima y el resto” radicaliza aún más la enajenación de una autonomía provincial. Así como nosotros, por un sentido de patriotismo que pertenece a otra discusión, nos sentimos “peruanos” debido a la realidad adquirida en su mayoría por lo que nos atribuye la capital, los indígenas separados históricamente de esta, ¿a dónde pertenecen? Especulo que a la naturaleza y, esta, ha sido, justamente, el motivo fundamental del choque entre el Estado y los pueblos referidos.
La selva amazónica, territorio y nación de lo indígena, es a las grandes mineras una oportunidad de explotación y, lo que seguramente es más relevante, en consecuencia, de ganancia económica. Entonces, las disputas nacieron, nacen y seguirán naciendo, arguyendo como estandarte, por un lado, la modernización y, por otro, la preservación. Traigo a colación dos eventos en específico en que las vidas indígenas se vieron afectadas (cuando digo “vidas indígenas” no me refiero únicamente a los pobladores, sino también a su hábitat): primero, el polémico ataque de las tropas armadas nacionales a los indígenas Matses en el Alto Yavari (Loreto) en octubre de 1964, cuando Fernando Belaúnde dirigía los hilos del país. Se desconoce el número -las cifras no son más que la representación del accionar, que es lo verdaderamente deplorable- de fallecidos, pero lo evidente manifiesta un desprecio, una adjudicación y un papel discriminador por parte de las “grandes sociedades” sobre las que denominan, sin razón, como “desfasadas”. Segundo, el, quizá, evento más reconocible a nivel popular: el Baguazo de 2009. Los Decretos Legislativos en pos de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y la omisión del convenio 169 de la OIT sobre la consulta previa, llevó a diversas comunidades a mostrar su insatisfacción. A la postre, Wampís y Awajún, jíbaros, como parte de su protesta, tomaron la estación 6 de PetroPerú y la denominada Curva del diablo en las cercanías de Bagua, lo que llevó al gobierno de Alan García, luego de no lograr conciliación, a disponer un desalojo forzado. Muertes tanto de policías como de indígenas quedaron en el registro. Una imagen de salvajismo perduró en el imaginario nacional. Las dos naciones que, en definitiva, son solo una, ya no solo se habían separado, sino enfrentado. No obstante, la Ley de consulta previa fue aprobada en 2011, y, al menos, sirve de respaldo ante una eventual injusticia.
El evidente olvido por parte de la población no indígena se evidencia aún más en estos días, durante los cuales los servicios de salud, que siempre han carecido de sostenibilidad, colapsan o no llegan. Indígenas, olvidados, mueren día a día y ni siquiera se evidencia. ¿Qué tan mezquinos hemos de ser para dejar de lado a quienes enriquecen nuestra multiculturalidad? ¿Hasta cuándo miraremos a otro lado por no hacerlo directamente a la triste realidad? Las vidas de los indígenas, tanto como de otras minorías, también importan. No es una cuestión de patria; es una cuestión de humanidad. El derrotero de esta última debe asemejarse más bien a una impoluta laguna, y no a una contaminada por petróleo o, peor aún, por sangre. La actualidad de por sí no augura un desenlace satisfactorio, mas, ¿cómo será para los indígenas olvidados por la sociedad?
Camilo Dennis
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