Fuera de juego
- Bitágora
- 28 jun 2020
- 4 Min. de lectura
El fútbol profesional de hoy está lleno de millones: millones de espectadores y millones de dólares.

A inicios de este año (2020), nada de lo que pasa en la actualidad se percibía posible. La pandemia del coronavirus ha puesto en pausa la normalidad y en jaque a la economía en su travesía a través del mundo. Instaurada por estos días, principalmente, en América, nuestros vecinos lejanos al otro lado del Atlántico pretenden reanudar sus actividades de a pocos, dentro de ellas, el fútbol profesional. Los jugadores olvidan las vacaciones forzosas, se reinsertan a la rutina de los entrenamientos previo test por coronavirus, miden sus fuerzas y se preparan para enfrentar al próximo rival; los directores técnicos retornan a las jaquecas, las estrategias y a estructurar el once que saldrá al campo ausente de público en las tribunas; y los directivos parecen jamás haberse ido, sino que siguen, como siempre, sentados en alguna pomposa oficina, pensando en cuánto dinero ganar. ¿El fútbol, al día de hoy, es el fabuloso y apasionante juego de siempre o ya se ha convertido en un trabajo de oficina sumergido en los negocios?
-Leyenda del pasado-
Como las grandes formaciones del azar, no se puede precisar el origen del fútbol tal cual, pero sí el de su organización amateur con The Football Association (1863) en Inglaterra y su profesionalización en 1871 con la FA Cup del mismo país. Mientras tanto, su difusión se dio a través de la migración, que, aparte de transportar humanos, lleva consigo culturas y sus prácticas. Hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, el fútbol se consolidaba en América Latina y Europa, dando origen a distintos clubes profesionales y estilos a la hora de jugar. El fenómeno del “deporte rey” había nacido y, con él, grandes futbolistas.
-La era de los millones-
El fútbol profesional de hoy está lleno de millones: millones de espectadores y millones de dólares. Se encuentra lejos ya de aquellos futbolistas a medio tiempo, de las transmisiones por radio y la fotografía como guía para la imaginación. Inmersos en las marcas deportivas, los que llevan los botines en la cancha han pasado al plano de la imagen, y eso es lo que venden; los equipos, igual. La televisión lleva las transmisiones de los partidos a los hogares de los fanáticos, y, en simultáneo, dinero por montones a las organizaciones y clubes pertenecientes a las grandes competiciones. El monopolio económico del fútbol ha apelado a lo que los fanáticos no podemos renunciar: nuestra pasión.
Con esta suerte de globalización, también han nacido los iconos comerciales- distintos a los de antaño, quienes, a pesar de la posición superlativa que habitaban, se percibían humanos- y su apariencia impoluta, casi robotizada. Estos robots del fútbol nacen siendo humanos, sueñan como tales, ascienden, disfrutan del juego, pero les ponen un precio, un mínimo de goles o porterías imbatidas, y, con el tiempo, o se acoplan a este “trabajo” o, simplemente, se pierden en el camino. Johan Huizinga, en su Homo Ludens (1938), señala que el juego por encargo, deja de ser juego, y, máximo, es una réplica; así, el fútbol de los millones- que es juego, aunque a veces lo olvidemos- parece haber caído en la maraña de lo pesado, en la búsqueda de un resultado y ha abandonado su carácter primario: el disfrutarlo por encima de todo.
- Sin público, ¿mero negocio? –
La siguiente cita es, a mi parecer, la definición más exacta de lo que significa colocarse la piel de un equipo y defenderla con honor: “Rara vez el hincha dice: <<hoy juega mi club>>. Más bien dice: <<Hoy jugamos nosotros>>. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música”, escribe Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra (1995). Jugar sin hinchada representa lo incompleto; verlo sin ella, también. Seguramente que existe una mimetización inconsciente cuando se refleja en la pantalla a la inmensidad de gente apoyando a sus equipos, por lo que desde casa nos sentimos uno más, pero, ¿ahora en quién podemos identificarnos si la pandemia obliga a jugar con las puertas cerradas?
La ausencia del aliento de los hinchas se nota, tanto en el desarrollo del juego como en los resultados. Parece que al fútbol le hubiesen quitado su complemento más elemental: las alegrías, penas y dolores que solo un hincha puede proporcionar. Hoy los que se encuentran en el campo no hallan con quién celebrar sus hazañas o a quiénes pedir disculpas por sus errores. El fútbol, en sí, ha pasado a otro plano: seguir compitiendo para no frenar la oscilación de los ingresos. ¿Será que los jugadores lo aceptan y ya se han acostumbrado a bailar con los oídos tapados?
- Fútbol: música en el cuerpo, fiesta de los ojos -
Si existe aquello que puede salvar al fútbol de las garras de quienes pretenden convertirlo en un negocio absoluto, es el fútbol-arte. Fútbol nacido de lo mágico, representado fugazmente por la imaginación y finiquitado por la técnica. En medio de sistemas defensivos propuestos con el único fin de un resultado (escribo esto detestando la frase “juega mal, pero gana”), el fútbol inteligente y las filigranas, rompen con los esquemas, cambian el rumbo del partido y traen consigo la quintaesencia del juego. Son aquellos futbolistas (Neymar, Messi, Thiago Alcántara, Eden Hazard, entre otros), semejantes a los cronopios de Julio Cortázar, quienes hoy cuentan con la misión de salvaguardar la belleza de la práctica, y, nosotros, quienes debemos continuar apreciándolos, o, en su defecto, aprender a hacerlo.
- Tiempo extra -
Los periodos pasan por más que pretendamos detenerlos, y la hinchada, con suerte, cuando la vieja normalidad sea reemplazada por completo, retornará a las canchas más consciente de su papel como un jugador más, pero comprendiendo que, para los burócratas y directivos, son instrumentales. Así mismo, los que vemos al fútbol desde fuera, pero lo sentimos muy dentro, podremos ir e intentar imitar a nuestros referentes en alguna ´pichanga´, y, de este modo, vivir el sueño que prácticamente todos algún día albergamos en lo más profundo: disfrutar del juego y ser parte de lo maravilloso que es, sin importar dónde, jugar con un balón de fútbol.
Camilo Dennis
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