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En el campo de los hechos

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 28 jun 2020
  • 3 Min. de lectura

Todo lo anteriormente mencionado refiere al abandono histórico por parte de los diversos sectores sociales hacia la labor del hombre del campo que en un contexto tan atípico como el actual y, en medio de una plaga que no proyecta un sendero favorable, es quien a través de su trabajo diario nos da la posibilidad de adquirir productos para poder cubrir la necesidad básica de la alimentación.

El pasado 24 de junio se conmemoró un año más del Día del campesino, fecha que tiene como fundamento la celebración andina tradicional del Inti Raymi, la cual se realiza en cada solsticio de invierno y en donde desde época del Tahuantinsuyo se rinde homenaje al dios Sol.

La labor del hombre del campo en el Perú tiene arraigo desde la época incaica, puesto que la agricultura fue la actividad por excelencia en ese entonces, actividad que dicho sea de paso gozó de técnicas agrícolas muy refinadas que incluso han sido materia de estudio y admiración en nuestro tiempo; y fue, además, a falta de un medio de intercambio, el pilar económico del Imperio. Con la llegada de los colonizadores a nuestro territorio el panorama cambió radicalmente, pues estos se encargaron de movilizar a gran número de la población autóctona que estaba en los campos hacia la zona de extracción mineral, en donde eran forzados a trabajar en condiciones inhumanas, siendo así víctimas de abusos por parte de los españoles que en muchos casos terminaron con sus vidas.

En los primeros años de la República, y, a diferencia de otros sectores que avizoraban prosperidad tras la liberación de yugo español, la situación del agricultor nacional no cambió, ya que se seguía encontrando como la servidumbre de un sector, que en este caso ya no eran los colonos, sino los dueños de grandes haciendas y latifundios, quienes seguían lucrando a expensas del trabajo ínfimamente remunerado del campesinado.

Durante el último año del segundo gobierno del presidente Leguía (1930) se logró la legalización de las tierras indígenas y, además, se decretó el 24 de junio como el Día del indio, denominación que sería modificada en 1969 durante el gobierno militar de Velasco por el Día del campesino, designación que se dio en medio del contexto de promulgación de la reforma agraria, la cual buscaba la expropiación de los latifundios y la que se proclamó bajo el lema: “Campesino: el patrón ya no comerá más de tu pobreza”. Luego de dar cumplimiento a la reforma en mención, el campesinado controló el territorio de las haciendas dando lugar a cooperativas dirigidas de forma poco eficiente por ellos mismos. Con el pasar de los años quedó demostrado de que la medida adoptada por el Estado terminó agravando la situación del agricultor, puesto que tales directivas no venían acompañadas de un plan estratégico donde se brindara herramientas tecnológicas y asesoramiento que hubiese permitido el desarrollo del sector agrícola nacional. Luego, ya entrada la década de los ochentas, el conflicto armado interno entre las fuerzas del orden y los grupos subversivos (MRTA y Sendero Luminoso) obligaron a las familias que vivían del agro en las comunidades de la sierra, principalmente la sierra sur, y parte de las comunidades de la selva a migrar hacia las urbes por la imperante violencia existente en sus territorios.

Todo lo anteriormente mencionado refiere al abandono histórico por parte de los diversos sectores sociales hacia la labor del hombre del campo que en un contexto tan atípico como el actual y, en medio de una plaga que no proyecta un sendero favorable, es quien a través de su trabajo diario nos da la posibilidad de adquirir productos para poder cubrir la necesidad básica de la alimentación.


Augustine Berlin

 
 
 

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