El universitario que conquistó el fútbol
- Bitágora
- 30 ago 2020
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Kaká fue un media punta imparable, quien fue considerado uno de los mejores “Mesías” de la mejor religión de este mundo: la pelota.

Cuenta Carlo Ancelotti que cuando llegó un tal Ricardo Izecson dos Santos Leite a la ciudad de Milán para fichar por el AC Milán, pensó que habían contratado a un joven universitario en vez de una promesa del fútbol. “Me habían hablado de un chavalín en Brasil, muy bueno, pero al cual no conocía: Ricardo Izecson dos Santos Leite. Por su nombre parecía más bien un predicador, y no andaba desencaminado. Portaba la palabra del fútbol y de la fe, escúchale y serás feliz. El club no sabía si hacerle venir inmediatamente a Milanello o dejarle seis meses más en el Sao Paulo. Tras pensarlo un poco, decidimos acortar los tiempos y que llegara lo antes posible para que empezara a entrenarse con nosotros. Y para que yo supiera quién era. Desde mi punto de vista se trataba de un fichaje a ciegas, lleno de buenas palabras y otras tantas esperanzas. Vale, pero necesitaba hechos. Kaká llegó a Malpensa y me llevé las manos a la cabeza: gafas, repeinado, cara de buen tío, sólo le faltaba una tartera con la merienda y un libro. Habíamos fichado a un estudiante universitario. Bienvenido al proyecto Erasmus, no estaría mal si además supiera jugar al fútbol”- describió Ancelotti a Kaká en su libro autobiográfico Preferisco la Coppa al apreciarlo por primera vez.
En diciembre del 2017, roto en llanto con unos botines que decían "I belong to Jesus", se despidió un futbolista ejemplar en su último partido como profesional vestido con la camiseta del Orlando City de la MLS, el último del “joga bonito”, el último “humano” con un Balón de Oro: Ricardo Izecson dos Santos Leite, más conocido como Kaká. La historia del gran Kaká no es la típica historia calcada de superación de una nevera austera, del niño descalzo que se pulió en las azarosas favelas de Brasil; no obstante, es la historia de un chico que supo levantarse de los burdos vaivenes de esta vida. Hijo de Bosco Izecson, ingeniero civil, y de Simone Cristina dos Santos, maestra de primaria, quienes prendieron el 22 de abril de 1982 la vida de un hombre que brilló con luz propia y que quedará consignado en los libros como uno de los mejores futbolistas de la historia del país pentacampeón del mundo. Era juicioso, aplicado en las matemáticas y en religión, sus materias favoritas; por si fuera poco, un estudiante destacado, quien fue considerado uno de los deportistas con uno de los rangos más altos de coeficiente intelectual. Sin embargo, no contaba con el pasaporte de “niño pobre” que abría las puertas del mundo del deporte. Tuvo que soportar patadas, miradas que segregaban. Siendo el caso, tal como se mencionó líneas anteriores, Kaká supo anteponerse a los obstáculos que la vida le puso en su gran travesía para llegar a ser uno de los más grande iconos en la historia del fútbol, ya que, con 12 años, le diagnosticaron un retraso óseo de dos años. Su humanidad le costó la vista gorda de varios entrenadores, pero Turibio Leite, fisioterapeuta del Sao Paulo, fue su aliado y cómplice. Empezó una dieta plagada de vitaminas y proteína; el gimnasio fue su segunda casa, tres horas diarias, solo, sabiendo que su rival era él mismo.
Cuando cumplió la mayoría de edad, había ganado 13 kilos y tenía una resistencia atípica para jugadores de su juventud. En ese par de años, el futuro jugador del Milán tenía un cuerpo y portento físico de un atleta de primer nivel. Su talento nunca estuvo en discusión. Ya en el primer equipo del conjunto paulista sonaba al unísono que Kaká sería la próxima estrella del fútbol brasileño. No obstante, uno de los “episodios negros”-que poca gente conoce- fue el sucedido en octubre del 2000; cuando jugaba en el equipo juvenil, se perdió un encuentro por acumulación de tarjetas amarillas y aprovechó el fin de semana libre para visitar a sus abuelos. Junto a su hermano, fueron a un parque acuático. Kaká saltó al agua y su cabeza impactó con mucha fuerza contra el fondo de la piscina. Se fracturó la cuarta vértebra. Y los días posteriores fueron un calvario: empezó a sentir mareos y dolores en el cráneo. Su carrera pendió de un hilo. Los médicos coincidieron que fue un milagro que no haya quedado paralítico. “No fue suerte, creo que Dios me estaba protegiendo y tuvo un propósito en ese accidente. Sucedió antes de empezar la bendición de mi carrera como jugador profesional”, dijo Kaká, quien en ese momento se trazó cuatro sueños: firmar un contrato profesional, jugar con la selección de su país, ir a Europa y ganar un Mundial. Los cumplió todos.
Una de sus grandes virtudes era las grandes zancadas que daba al momento de correr. Cuando arrancaba la carrera, nadie lo frenaba. A punta de velocidad, fuerza y potencia rompía líneas, dejaba defensores tirados en el piso y llevaba la batuta de las opciones de peligro de su equipo. Eso sumado a la impecable pegada que tenía con las dos piernas. Lo ganó todo: Mundial de Corea y Japón 2002, dos Copa Confederaciones 2005 y 2009, Champions League 2007, dos Supercopas de Europa (2003 y 2007) y cinco campeonatos locales con el AC Milán y el Real Madrid. Además, es el “último humano”, diferente a Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, en ganar el Balón de Oro, hasta el año 2018, en el que Luka Modric fue quien “corrompió” la hegemonía junta al brasileño. El galardón que lo acreditó como el mejor futbolista del mundo lo recibió en 2007. Sin duda alguna, Kaká fue un media punta imparable, quien fue considerado uno de los mejores “Mesías” de la mejor religión de este mundo: la pelota.
Marcelo Vinieri
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