El suicidio
- Bitágora
- 22 nov 2020
- 4 Min. de lectura
“La lucha misma hacia las cimas basta para llenar el corazón del hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz” -Albert Camus-

Prometí volver sobre este asunto en algún momento, pues el escrito que versa sobre “el absurdo” suscitó tal incertidumbre en las mentes atentas que no me es posible ya esperar más tiempo para enfrentarme a esta aparente solución frente al sinsentido de la vida humana. Como todo aquel que pretende actuar con rectitud, hoy cumpliré la promesa que hice hace unas semanas. Le pido al buen lector de este artículo que preste mucha atención a lo que va a leer a continuación; si resulta como espero, habré disipado todas las tinieblas que fueron dispersadas ulteriormente.
Para comenzar, analizaré cada uno de los motivos por los que el suicidio no es una respuesta adecuada frente al “absurdo” para así, aunque no parezca idóneo, responder si lo es o no mediante respuestas negativas, las cuales, en último término, me permitirán colegir ello. Dicho esto, ¿por qué el suicidio no es una respuesta adecuada frente al “absurdo”? Según los planteamientos más simples y populares, por un lado, porque el infierno es el lugar último en el que reside el “alma” del que se suicida, este es un lugar hórrido y dantesco. Ahora bien, esta manera de concebir la consecuencia ad máximum del suicidio presupone que existe el infierno y que hay una clase de terminador existencial, que lo llaman Dios, que manipula, cual artífice, su obra maestra, lo que, en última instancia, resulta insoslayable como razón suficiente dado que de lo probable no se puede llegar a una determinación tal, como silogismo matemático, que no quepa la menor duda al respecto. Con esto último no me refiero, sino a que, ya sea la religión o la metafísica, han ido demasiado lejos con sus determinaciones; como bien diría Kant, todos estos tipos de concepciones metafísicas, en último término, son pensables, mas no cognoscibles dado que la experiencia no brinda ningún hilo conductor con el que se puedan fundamentar las mismas. Por lo tanto, no es una razón suficiente, no posee ninguna necesidad intrínseca como tal, el hecho de que exista un infierno en el cual terminan las almas de los que se auto finiquitaron.
Por otro lado, siguiendo con los planteamientos más simples y populares, muchos apelan al sufrimiento que puede ser causado a costa del suicidio a los que estimen a la persona X. ¿Esta sí es una razón suficiente? Pues no, porque, como señala Schopenhauer, la vida para el hombre oscila entre el sufrimiento y el aburrimiento; esto bien, ya que la necesidad le es algo dado al hombre por naturaleza. Me explico, el hombre tiene necesidades inherentes a su ser y, cuando no son satisfechas, este se aflige de algún modo; luego, las necesidades no siempre pueden ser satisfechas, siempre surgen nuevas ad infinitum; ergo, el hombre siempre se afligirá o sufrirá, que es lo mismo. Por lo tanto, como razón suficiente no presupone que sea poco oportuno suicidarse o no, sino únicamente que la muerte provoca sufrimiento en los afines al muerto, mas esto ya quedó abordado, pues el sufrimiento es inevitable para el hombre, por lo que termina siendo burda o un tanto irreflexiva la razón popular. En cuanto a los grados, si bien los hay, ya que, si no, no tendría móvil alguno la moral, estos grados, en este caso, no adoptan un rol determinante para concluir que deba evitarse el suicidio, pues las personas, como es de saberse, no reaccionan de la misma manera frente a la muerte de un ser afín a estos. Para concluir este apartado, me atreveré a decir que, esencialmente, la gente sufre, cuando un ser querido fallece, por las connotaciones negativas que, como tal, posee la muerte y las consecuencias de estas; si se concede lo anterior, habrá de seguirse, pues, que el sufrimiento relativo a la muerte no es, sino una clase de derivado constructo-concepto, por lo que, en último término, no ha de prestarse mayor atención a este aspecto.
En este punto, a saber, pareciera que no hay razón alguna por la cual ha de vivir, ¿no? Pues, si dijera ello, no sería, sino un sofista como Gorgias o Protágoras, pues no estaría actuando como un filósofo en el sentido originario de la palabra, como un amante de la verdad, porque de que no parezca que haya razón alguna para vivir no se sigue que no exista una. Ahora bien, ¿la hay? Como dije antes, parece que no, pero ha de percatarse que sí. En palabras de Camus, aun siendo como Sísifo, debemos vivir, pues la vida siendo como es merece ser vivida; como él lo dice, “solo hay que imaginar a Sísifo feliz para así darle un sentido a la vida”. Esto se traduce en tener que vivir realmente sin distracciones, falsas promesas, como las de la religión o metafísica, para así rebelarnos ante el absurdo. Esto, evidentemente, no significa que la vida en sí misma tendrá sentido si se realiza ello, sino que únicamente seremos merecedores de la vida. Si algo más me confiere acotar en este aspecto y les puede servir a las personas que todavía se resisten a comprender que la vida en sí misma es absurda, es que el sentido existe en tanto que haya una razón para pensarlo; es decir, cual giro copernicano, el sentido depende de la razón y no viceversa. Estoy seguro que esta manera de entender la realidad es un tanto compleja, pues pensar que existe un sentido objetivo y dado de factum solucionaría muchos de nuestros problemas; lamentablemente, ha de concederse que ello no es más que una mera entelequia de la razón pura.
“La lucha misma hacia las cimas basta para llenar el corazón del hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz”
-Albert Camus-
Gabriel Trinidad
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