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El hombre alado

  • Foto del escritor: Bitágora
    Bitágora
  • 2 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Nos auto percibimos superiores al resto de las especies sobre la tierra y capaces de desafiar las leyes de lo natural, nos ciega su poder, nos pone al servicio de nuestro propio ego y arrogancia y puede resultar letal.

Carl Jung, un personaje esencial dentro de la corriente del psicoanálisis, se había percatado de que en todo el mundo se contaban las mismas historias, ya sean de culturas, idiomas o épocas distintas, las historias esparcidas por todo el mundo, aunque acompañadas de ligeras variaciones en los detalles, parecen tener una estructura similar y transmitir el mismo mensaje. Así, los mitos y leyendas se convierten en una especie de manifestación de un modelo de humanidad universal que surgía espontáneamente en cada grupo humano que poblara la tierra, reforzando en cada individuo la afirmación de su personalidad y consolidando la anhelada identidad colectiva.

El mito del héroe, por ejemplo, se ha manifestado en innumerables culturas conservando a la perfección su estructura y mensaje en cada una de ellas. Se trata de un hombre, cuyo nacimiento es humilde, en ocasiones milagroso, dotado con cualidades y dones que lo diferencian de aquellos que los rodean -y por qué no, del resto de la humanidad-, llega al poder imponiéndose ante las fuerzas malignas; sin embargo, tiene debilidades y termina sus días siendo traicionado o sacrificado como un héroe. Sería posible entonces, intentar explicar a través de un mito la enmarañada conexión del ser humano con aquello que lo hace un ser humano, la tecnología.

No cabe duda de que la civilización griega le ha dejado a la humanidad un vasto legado que reluce incluso al día de hoy, y es precisamente a partir de uno de sus más recordados mitos que intentaremos desenmarañar esta conexión. Pasifae, la esposa del rey Minos, tras haber sido maldecida por el dios Poseidón, se había enamorado del animal predilecto del rey, un hermoso toro blanco y recurrió a Dédalo -el más talentoso tecnólogo de sus tiempos- para que, con su ingenio, la ayudara a seducirlo y así lo hizo. Como fruto de ese encuentro, Pasifae concibió y dió a luz al Minotauro, una criatura mitad toro, mitad humano. Enfurecido por tal aberración, Minos obliga a Dédalo a construir el laberinto en el que encerraría a la criatura y posteriormente, lo encarceló de por vida en una altísima torre junto a su único hijo Ícaro.

Sin embargo, el ingenio creador de Dédalo no se detuvo, e ideó una manera de escapar de la torre, unas alas de cera. El medio estaba listo, pero antes de emprender la fuga Dédalo hace una advertencia a su hijo, volar muy cerca del sol haría que las alas se derritieran por completo dejándolo caer, así que debería mantener una distancia prudente de él. Sin embargo, en medio del éxtasis del vuelo, Ícaro olvidó la advertencia de su padre y se acercó cada vez más al Sol. Cuando por fin el calor derritió la cera por completo, las alas de Ícaro se desvanecieron y él cayó del cielo.

La tecnología nos hace volar, nos ha permitido explorar y redescubrirnos, crecer y evolucionar con cada avance. Pero a la vez nos embriaga de una sensación de omnipotencia con la que nos auto percibimos superiores al resto de las especies sobre la tierra y capaces de desafiar las leyes de lo natural, nos ciega su poder, nos pone al servicio de nuestro propio ego y arrogancia y puede resultar letal. Una relación farmacológica que acompañará a la humanidad mientras exista.


Gabriela San Andrés

 
 
 

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