Deutsches Requiem, la voluntad impotente
- Bitágora
- 9 ago 2020
- 4 Min. de lectura
“Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.

Historia y Literatura se confunden y compenetran ineluctablemente porque ambas conciernen a lo humano. En este sentido, los eventos del pasado pueden introducirse en las ramas literarias o, de otro modo, la Literatura determinarlos (podría serlo en sí misma). Responde al primero de los últimos el caso de Deutsches Requiem, relato construido por Jorge Luis Borges que, tal su título lo indica- “deutsches” (alemán) y “réquiem” (oración para los difuntos)- envuelve la narración de un nazi sentenciado a muerte por su participación en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). A continuación, ahondaré someramente- porque ser detallista tratándose de Borges es casi una entelequia- sobre el texto y lo que se desprende de él.
La estructura narrativa se enarbola a partir de la primera persona y lo que parece ser un último legado de quien se encuentra a portas de su defunción. “… es natural que piense en mis mayores, ya que tan cerca estoy de su sombra, ya que de algún modo soy ellos”, dice Otto Dietrich zur Linde, el protagonista de la historia, en la primera estación del relato: la mención de sus antepasados guerreros. ¿Se trata de una herencia el carácter beligerante? ¿Es una prolongación sanguínea? ¿Solo trata de justificarse? Borges, en el pie de página, responde a estas preguntas heterodoxamente al señalar que Otto olvidó a su antepasado más pletórico: un teólogo y hebraísta que, a diferencia de los señalados, posee un arma harto distinta, pero, a mi parecer, más eficaz: el intelecto. “Mañana moriré, pero soy un símbolo de las generaciones del porvenir”, culmina Otto. ¿Un símbolo en qué sentido? En lo sucesivo posiblemente nos lo será develado.
A continuación, Zur Linde pasa a revisar su vida propia. Dos pasiones, nos cuenta, lo salvaron: la música y la metafísica. La última, representada por Arthur Schopenhauer, filósofo alemán; este resulta fundamental para Otto, pues luego de haber ingresado “al partido” en 1929, perdió una pierna luego de un enfrentamiento y, durante su recuperación, releyó al autor, y dio con una tesis filosófica peculiar: “… releí que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, …, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio”. Más que consuelo, la “voluntad schopenhaueriana”, según la cual, las acciones individuales- en suma, colectivas- se mueven por una voluntad inconsciente (solo rescatada por lo estético), resulta una excusa. De cualquier modo, sea voluntad inconsciente, azar o premeditación, Zur Linde, en 1941, fue asignado como jefe de un campo de concentración.
Otto zur Linde, se encuentra lejos de ser un hombre incapaz de apreciar el arte y sus manifestaciones; es más, señala lo siguiente luego de declarar su pasión por Brahms, Shakespeare y Schopenhauer: “Sepa quien se detiene maravillado, trémulo de ternura y de gratitud, ante cualquier lugar de la obra de esos felices, que yo también me detuve ahí, yo el abominable”. ¿Es tan distinto del resto? ¿Será que la línea divisoria entre nosotros, los buenos-seres-humanos, y aquellos destructores, es muy delgada? Respuesta afirmativa si me lo permito, pero, volviendo a la narración, la evidente disposición de Otto por lo artístico se pone a prueba cuando llega al campo de concentración el llamado David Jerusalem (nombre especulativo), un poeta judío. El alemán apreciaba la obra de este, inclusive se conocía de memoria algunos versos, mas esto no lo invoca a ceder, y luego de un tiempo, el primero de marzo de 1943, Jerusalem se quitó la vida. “Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso, fui implacable”. Aplicando la filosofía schopenhaueriana, la voluntad inconsciente superó a su único temible contrincante: lo estético (la poesía de David).
Finalmente, el Tercer Reich no cumplió con su utópica misiva, ante lo que Otto reflexionó: “Hitler creyó luchar por un país, pero luchó por todos, aun por aquellos que agredió y detestó”. Nuevamente, la voluntad inconsciente se evidencia, pero inevitable a estas alturas es preguntarse, ¿qué es lo que consiguió? Según Otto, “mostrarle la espada” a la enfermedad del judaísmo. Judaísmo, entiéndase, como la fe cristiana, no como raza. Las timideces cristianas han de ser vencidas, y para el narrador, Alemania ha contribuido en esta forja así la derrota les haya llegado. “Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”, señala. Otto zur Linde seguramente fue ejecutado; la fe cristiana, claro que no.
El poder de las ideas trastoca los elementos de la humanidad y, en casos de fanatismo o locura- que pueden llegar a confundirse-, podría trasgredir irremediablemente la vida misma. Este es el caso de la Alemania nazi, y, en consecuencia, de Otto zur Linde, quien pretende, a través de esta narración, que el Holocausto es, a la postre, una parábola de la que debemos aprender. Asumo, apelando ciegamente, que hemos aprendido, pero que, ni por una voluntad inconsciente, ha de justificarse semejantes hecatombes que no son más que fantasmas, es decir, ideas. La conclusión, en manos del maestro Borges: “<<Deutsches Requiem>>, quiere entender ese destino, que no supieron llorar, ni siquiera sospechar, nuestros ‘germanófilos´, que nada saben de Alemania”.
Camilo Dennis
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