Ciudadano del mundo
- Bitágora
- 14 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Todas estas manifestaciones revuelven en mis adentros una pregunta necesaria, pero que pocas veces nos cuestionamos: ¿por qué debo yo sentirme orgulloso de ser peruano?

El pasado siete de junio, como todos los sietes de junio desde 1880, se conmemoró el día de la bandera peruana. Dicho acontecimiento cala en el patriotismo de los ciudadanos recordándoles, como si estos se hubiesen olvidado, que pertenecen a un determinado contexto demográfico. Todas estas manifestaciones revuelven en mis adentros una pregunta necesaria, pero que pocas veces nos cuestionamos: ¿por qué debo yo sentirme orgulloso de ser peruano?
El diccionario de la Real Academia de la lengua española tiene como primera acepción de “orgullo” el sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida. Diríamos entonces que toda persona se siente orgullosa por logros, capacidades o méritos propios realizados; es decir, obtenemos el orgullo de algo cuando somos partícipes de ese algo. Ahora bien, las nacionalidades son conceptos impuestos en el neonato justo después del parto, lo que significa que este no es meritorio de tal acto, por consiguiente, yo no puedo sentirme orgulloso de mi nacionalidad, de la misma manera que tampoco puedo sentirme orgulloso de pertenecer al sexo masculino o de mi color de piel. Si tratamos de ahondar en los motivos del porqué alguien cree sentirse orgulloso de tales o cuales acciones que le fueron implantadas, la única razón válida ocurrente es que todo ser humano necesita sentirse parte de algo, puesto que la soledad, como diría Ribeyro, descarría y corrompe. Al analizar dicho comportamiento dibujo vagamente en mi memoria la respuesta que profería Diógenes de Sinope cada vez que se le preguntaba de dónde era, a lo que él respondía: “Soy ciudadano del mundo”; claro está que dicha respuesta era una evasiva de sus responsabilidades como ciudadano, pero a la vez de evitar sentirse ciudadano de su lugar de origen, paradójicamente, aceptaba pertenecer al planeta; la verdadera sociedad, decía Diógenes, es aquella que es tan amplia como el universo, y tal vez tenga razón. El universo es lo único capaz de respondernos cuestiones del tipo “qué soy” y “a dónde pertenezco”, tan solo el universo exhala halos de claridad para brindarle al interrogador las respuestas que, aunque no vastas, son suficientes; somos solo lo que nos permitimos ser y pertenecemos acá, al pequeño planeta que nos regala un espacio.
No sé si exista algo por lo cual alguien deba sentirse orgulloso, el tiempo nos ha demostrado que los conceptos de nacionalidades generan conflictos, de la misma manera la creencia de razas y así una extensísima manifestación de hechos que más que ayudar al ser humano, lo perjudican. Ahora entiendo lo acertado que estaba Borges al pronunciar que no hay masas, no hay países, no hay continentes, lo que sí hay son individuos; eso sí es real.
El otro
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