Aristóteles y la felicidad
- Bitágora
- 19 oct 2020
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“Somos lo que hacemos de forma repetida. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito” -Aristóteles-

El ser humano es tal vez uno de los enigmas más grandes de todos los tiempos, porque, incluso frente al enrevesado positivismo científico de la modernidad, el hombre no ha podido ser sojuzgado únicamente bajo una concepción estrictamente de carácter natural: referida a la naturaleza humana. Esto se debe, centralmente, a que la conciencia humana es una plétora de contenidos que quizá nunca logremos develar y explicar a cabalidad. Esta noción no es precisamente moderna; en efecto, ya desde la filosofía occidental primigenia, pensadores como Aristóteles, adujeron que la conciencia humana es el aspecto fundamental que constituye al hombre como un ser eminente y misterioso frente a los demás organismos existentes en la Tierra. Ahora bien, ¿por qué realmente es tan especial la conciencia humana? Según parece, por una de sus implicancias o derivados más conspicuos: la “autoconciencia”. De hecho, es habitual relacionar inmediatamente la conciencia humana con la “autoconciencia”, como si esta fuera el rasgo medular sobre el cual se erige la distinción con otros modos de conciencia. A todo esto, ¿qué es la autoconciencia?, o mejor dicho, ¿qué significa que el hombre sea consciente de sí mismo? A decir verdad, no es una cuestión simple, pero, en resumen, alude a que el hombre no es uno de los tantos seres vivos que habitan la Tierra y participan -apenas- de un grado de conciencia poco representativo, sino que es agente de cambio del mundo, de la sociedad y de sí mismo si lo desea.
No obstante, la conciencia de sí, que lo distingue al hombre entre los demás seres vivos y lo coloca en el ápice de la existencia terrenal, no ha resultado del todo positiva para la vida en general; me explico, ¿no es un hecho que, cada vez más, veamos que el hombre es el único ser capaz de cometer los actos más crueles, a diferencia de otros seres menos "evolucionados", contra los de su misma especie y lo que resta de seres vivos? Esto, según pienso, es una cuestión que todos deberíamos tener presente si queremos dilucidar o formular cualquier tipo de ética con sentido. A decir verdad, el objetivo de este artículo no es formular una ética innovadora, sino desarrollar “qué es la felicidad” y “cómo se puede alcanzar”. A la postre, no niego que mi empresa le sirva al lector para dilucidar la problemática suscitada.
Según Aristóteles, uno de los filósofos más grandes del siglo III a. C, “toda actividad humana tiene un fin” (Ética a Nicomáquea I, 1094a). Es decir, todo proyecto humano consciente tiene un telos o motivo por el que se realiza: no simplemente se emprende por mera arbitrariedad. Empero, ¿hay un fin trascendental por el cual todo se realiza? Este fin -según parece- es la felicidad, porque, ¿acaso no hacemos todo lo que hacemos para ser felices, en última instancia? De hecho, podemos reflexionar tanto como queramos que siempre llegaremos a lo mismo: la felicidad es aquello por lo cual hacemos todo lo que hacemos; como bien señala el filósofo, “la felicidad es el fin último del hombre”. Ahora bien, Aristóteles empleaba una palabra distinta para referirse a lo que llamamos felicidad con el fin de otorgarle cierta acepción, eudaimonia, la cual realmente guarda cierto distanciamiento de lo que se entiende habitualmente por esta en la actualidad. A modo de ilustración, eudaimonia es un término griego que comúnmente se traduce como “felicidad”, aunque corresponde notar que también se traduce como buen vivir, prosperidad y realización plena del hombre. Por lo tanto, bajo este lineamiento, inmediatamente debe descontarse la connotación fugaz del modo de entender la felicidad, la cual tiende a confundirla con una emoción exacerbada.
En relación a lo anterior, si no es una emoción exacerbada, ¿qué es la felicidad? En palabras de Aristóteles, la felicidad es una actividad del alma de acuerdo a la virtud (entiéndase por alma aquella dimensión inmaterial del hombre que se yuxtapone a su dimensión material y, por tanto, es superior a esta). Esta actividad, conforme a la virtud inextricablemente, consiste en procurarse tres clases de bienes: los del alma (los más importantes), los del cuerpo y los externos; en efecto, procurarse bienes es importante en nuestra cotidianidad, puesto que es muy poco probable -si no imposible- que una persona pueda ser feliz sin determinados requerimientos básicos y esenciales, como la buena salud física. A propósito, ¿qué significa que sea acorde a la virtud? De modo simple, refiere a que la procuración de bienes, de los tres ámbitos mencionados, debe alinearse con la virtud o excelencia; en definitiva, esto también implica ser virtuoso o excelente, como habitualmente se traduce la virtud, y no es menos importante que la procuración mencionada. En aras de aclarar lo anterior, la virtud o areté, término griego, bien puede traducirse como “excelencia”. En ese sentido, es un modo selectivo de ser que comprende un acervo de actitudes que hacen del hombre un ser “excelente” y que se adquiere con el hábito, no es innata; además, es una clase de término medio relativo al hombre, por lo que para ser virtuoso uno debe pretender alcanzar el término medio en todo lo que no sea bueno por sí mismo: como el ser justo, lo cual es bueno por sí mismo y adecuado para toda situación. En general, ser virtuoso se relaciona con vivir una vida moderada y reflexiva, no hedonista o fugaz.
Entonces, ¿cómo se puede alcanzar la felicidad? Bajo estos términos, uno puede ser feliz procurando obtener integralmente bienes -relativos a los tres ámbitos mencionados- conforme a la virtud (implica ser virtuoso también). Dicho de otro modo, no simplemente se trata de procurarse bienes de cualquier modo posible, sino hacerlo adecuadamente y ser virtuoso. Por esta razón, si bien pueda parecer sumamente individualizadora esta manera de concebir la felicidad y lo que implica, en realidad no es de esta índole. Me explico, con esto me refiero a que el hombre tiene que relacionarse adecuadamente con los demás individuos del medio colectivo para poder ser feliz, dado que virtudes tan importantes -como la generosidad y la simpatía- solo se manifiestan bajo las interrelaciones subjetivas, no sin ellas. Esto significa que el hombre no es un ser aislado e independiente en grado absoluto, sino -como señala el filósofo- “el hombre es un ser social”; es decir, se constituye como parte de un todo.
Asumir que ser “excelente” o virtuoso es la condición sine qua non de nuestra felicidad, según pienso, es el primer paso para alcanzar la auténtica felicidad, una que presupone un ethos colectivo, ya que no podemos decir realmente que somos “felices” mientras exista tanto sufrimiento a causa de nuestra insostenible felicidad. A modo de ilustración, como mencioné al inicio, el hombre ha demostrado ser capaz de cometer los actos más crueles contra otros hombres, otros seres vivos y contra la vida en general, lo cual -por más absurdo que parezca- seguirá sucediendo en tanto se piense que para ser feliz no se requiere, a priori, de ciertas actitudes éticas que involucren al “otro”. Si Aristóteles no se equivoca, a saber, si la felicidad es el fin último del hombre y solo se alcanza con cierta actividad conforme a la virtud o areté, entonces quizá valga la pena tener esperanza en la humanidad. Según parece, esto es complicado.
“Somos lo que hacemos de forma repetida. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito”
-Aristóteles-
Gabriel Trinidad
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